el mundo aqui y ahora

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A propósito del fin del Socialismo Real y la ruptura de los diques del Capitalismo

En el escenario internacional, a partir de 1989, las transformaciones que se dieron no solo dejaron la economía mundial en la soledad, sin las ficciones que soñaron diversos cursos para su desarrollo, sino que también desataron potencias y ánimos bélicos distintos a todos los conocidos en este siglo.  Cuando más se presumía de los avances de la conciencia de la humanidad para premeditar y prever su mañana, terribles rostros de noticias brutales o de brutales silencios de fines del siglo XX invadieron el mundo de hoy: la historia y la vida cotidiana para el ser humano siempre y en este siglo han estado teñidas de sangre.  La violencia ha sido el medio de la liberación, de la esclavitud, de la paz.

Vuelve la interrogante sobre las causas de la guerra -de cualquier guerra-; otra vez advertimos que no basta ubicar tales razones en los argumentos de los contendientes, porque apenas se descubren en cada caso particular se reabsorben en el contenido simulado de los conflictos. Cualquier motivación se supone suficiente para explicar estos procesos, mas ninguna alcanza la dimensión de la voluntad que afirma:  esta guerra, nunca más.

En la naturaleza de la guerra no se refleja la moral que el hombre ha cultivado, sufriendo, honrando y contemplando su historia.  No se halla en ella  solo el inconsciente humano, es claro, así como nunca encontramos únicamente la economía, la esclavitud, ni siquiera la condición de la dominación.

Una de las bases más profundas y extendidas de los movimientos bélicos hacia fines de este siglo radica en la subsistencia y ruptura de relaciones interétnicas, discriminatorias y explotadoras.  Los movimientos nacionales, como actores nuevos, enfrentan los límites de estructuras políticas o de Estados confederados en los cuales no se representó su existencia.  De aquí que regular y representar los contenidos reales de la existencia nacional en el Estado y respetar la diversidad de sus intereses, de sus relaciones constituye tarea fundamental basada en principios universales; dicha tarea aborda a su vez problemas globales condicionados por la universalidad de una economía que impone la revinculación de los procesos nacionales con la marcha de la presente evolución mundial.

El Ecuador enfrenta en miniatura problemas cualitativamente similares, de dimensión aparentemente menor,  dados el calibre y la atenuada agudeza de sus conflictos. Cuando los pueblos indios ecuatorianos plantean una reforma en la estructura del Estado en pos de representación o cuando reivindican espacios para que la semilla de su cultura no muera, han de encontrar una sana y positiva acústica social que proporcione las respuestas prácticas exigidas por las circunstancias.

En el seno de la nación ecuatoriana -y de espaldas a la élite social- acechan como en las profundidades de un volcán, terribles y abismales diferencias cuyo potencial debería orientarse hacia la paz.

Las culturas en las relaciones interétnicas deben protegerse o invocarse en toda su amplitud para un armónico desarrollo y verdadera aproximación entre ellas.  Jamás habremos de permitir la anulación de una de las etnias; jamás, la supresión arbitraria de una cultura; jamás, la reedición de la dominación, porque entonces se sentarían las condiciones materiales para la ruptura de los vínculos pacíficos entre los pueblos.

Hoy los movimientos económicos regionales aparecen irreductiblemente subordinados a demandas mundiales de carácter científico-técnico, bélico, mercantil, político, ideológico.  Estas condiciones estuvieron presentes en la guerra del Golfo Pérsico, en los conflictos desencadenados con la disolución de la Unión Soviética, en la cruenta separación de naciones en Yugoslavia, en las reivindicaciones de Irlanda del Norte, en Vascongadas, en la ira de las minorías norteamericanas, en el replanteamiento de su presencia histórica por parte de los pueblos indios del continente americano, en los masivos reclamos sociales.

Estallan obstinados intereses y pasiones que se expanden en todos los rincones del planeta.  Son microguerras en las que cada ejército tiene un uniforme nacional:  la insurrección que no termina de germinar en Irlanda del Norte, las guerras que se contienen en la disputa árabe-israelí, las guerras que tuvieron lugar en el Golfo Pérsico, los enfrentamientos armados en Armenia y  Azerbaidján -alrededor del enclave Nagorni-Karabaj-, los horrores cometidos por Serbia en Bosnia-Herzegovina y demás.  Todos demandan una respuesta, pero solo responde el silencio, la inapelable victoria de la violencia.

Parece que en la índole de la evolución humana está la misma violencia con que la  naturaleza inorgánica trata la integridad de sus saltos de uno a otro estado.

No obstante tras esta o aquella presumible causalidad, permanece como un Dios la solitaria, desconocida y despiadada economía mundial que, por ahora, bien podría llamarse  1989.

 


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