Un porcentaje así fue suficiente para conmover a un Congreso que renunció a iniciar una seria reforma del sistema político, y hechizar a un auditorio con el índice estadístico que mide la miseria material y lo sospechoso del 4% para abajo; y la riqueza moral -libre de toda sospecha- del 4%, para arriba.
«Partidos que nadie ve, que nadie escucha». «Hoy que en el mundo no hay más que tres ideologías». ¡Qué precisión! Así de exacta es la sabiduría del legislador: la izquierda, la derecha y el centro. Y viceversa.
A veces el parlamentario se desvía y dilapida reflexiones: «¿Para qué tantos partidos, si bastaría con dos?» De esta suerte, siguiendo la avisada conducta del péndulo, el hacedor de leyes balbucea: «el primer partido, al dejar de gobernar pasará a ser segundo y el segundo, primero…» ¡Qué maestría analítica!
Partidos necesarios: uno, el partido en que milite el legislador; el otro, el partido de gobierno al que se oponga circunstancialmente el partido al que adorna la cordura del legislador. Hasta ahí van dos: (en verdad, qué difícil razonar sobre más de dos, por eso, la reproducción de los mamíferos y el Poder, siempre se han organizado en función de dos: él y ella, el gobierno y la oposición). El 3ro, de ser inevitable su apariencia, sería un partido amigo del partido de gobierno, y el 4to -¡¿cuarto?! Bueno, el legista es generoso y lo admitiría-, un partido enemigo del partido de gobierno o del amigo de este, sin más.
Así, cuando un dirigente político hable, ninguna vez lo hará bajo del 4% de la votación, sino sobre ese cabalístico porcentaje, lo cual «garantizará» que cualquier cosa que diga tenga posibilidad de ser verdad «por el respaldo de los electores», que -en el insospechable juicio del congresista- otorga prueba plena del grado de validez de las afirmaciones.
Por su parte, «los partidos mínimos ocasionan daño»; controlan medios de comunicación colectiva; urden Tribunales Electorales; venden diputados; gobiernan y usurpan atribuciones; traman financieras, bancos, exportadoras, importadoras, grandes feudos; antaño usaron la Iglesia, las FFAA; reprimieron en cuerpo y alma al pueblo. Y, para colmo, todo esto en la imaginación…
Nuestro embelesado y agorero representante es a fines del siglo XX, lo que fue un teúrgo al fin del primer milenio. Entonces exorcizaban el mal expulsando pequeños demonios que se infiltraban en el cuerpo de los reyes y malograban el ejercicio del bien. De igual modo, estos pequeños partidos, restaurados demonios de antaño, «se infiltran en el cuerpo de la democracia» y «frustran su cometido». Otrora, el exorcista acudía a métodos brutales, hoy superados por la ciencia infusa del 4% para tranquilidad de «respetables» prejuicios abrumadoramente mayoritarios.
Un medio de comunicación colectiva, fascinado por el conjuro del 4%, sacrificó la cubierta de su revista para bosquejar con necrofílica unción un cementerio de partidos: clímax que acaricia el intelecto engreído por esa convicción colectiva, anestesiada ya para cualquier mutilación. Nunca descubrirá que si hay «partidos de más» bajo el 4%, los hay también «de más» entre aquellos que exceden este porcentaje.
Es que la erudición del legislador pertenece a la época del número, cuando al parecer, igual que hoy, solo existía y existe la cantidad. Si «el mal está en el número excesivo», el bien se logra con la muerte de los más débiles. (Un politólogo Maltusiano diría: los partidos crecen en progresión geométrica mientras las razones, en progresión aritmética. Hoy, ante tan pocas razones, hay partidos que tienen que morir de sinrazón). Si no rebasan el 4%, siguiendo la certidumbre del representante, son malos o fútiles, sobrantes u ociosos, prescindibles, superfluos. Si están sobre el 4%, ¿cómo cuestionar esa consagración, ese apoyo popular?, ¿cómo dudar de que ya no cabe duda?
Tiempos de cantidad -hasta los programas de los partidos recrean ese fundamento-: el Estado es enorme, hay que empequeñecerlo; la planta de empleados, desmedida, hay que podarla; el precio de exportación, muy alto, hay que bajarlo. Si añadimos la miseria, de la cual es responsable la irresponsabilidad de los miserables, los programas máximos están completos.
Estas consideraciones están referidas únicamente al 4% de las ideas del legislador. ¿Qué sucederá el día que el diputado ponga en marcha el 96% restante?