A propósito de la segunda Cumbre Iberoamericana (1992). La redondez de la economia mundial

La Cumbre de la Comunidad Iberoamericana -en sus dos reuniones- mostró el anhelo de vivir de una criatura que nace a los 500 años de brutal gestación.  La primera reunión (1991), de apariencia fugaz, redescubrió ese proceso bárbaro y heroico de la historia que se inició con la prefiguración de la redondez del planeta y engendró, también desde entonces, elementos comunes en Ibero América.

España exhibe ante la Comunidad Económica Europea un nexo poderoso con el mundo, y América Latina sabe que a la Comunidad Económica Europea puede ingresar por una puerta ancha, España.  Y España, que en este caso no es representante de la Comunidad Económica Europea sino factor de este proceso iberoamericano, intentaría presentar a este bloque como un extenso espacio mercantil para la Comunidad Económica Europea.

Ibero América sueña una posible «redistribución» de la ciencia, plantea apertura de mercados para esos productos y expansión de inversiones con trasvase técnico.

A la Comunidad Económica Europea le afecta poco el destino inmediato de América Latina, le inquieta más reconstituir vínculos con sus ex-colonias africanas y asiáticas.  Y de acuerdo a este parecer se puso en marcha la filantropía de algunos estados europeos.  Francia, por ejemplo, condonó la deuda externa -no solo los intereses- al África; Holanda modificó su relación financiera con Indonesia; Alemania -que no fue nunca una potencia colonialista- tuvo especial preocupación con África y algunos países asiáticos.  Además, la Comunidad Económica Europea considera que América Latina está en el patio de atrás de EE.UU. y supone que su presencia a través de este grupo de Ibero América en la Comunidad Económica Europea es la incorporación de un elemento que distorsiona las relaciones de «competencia natural» con EE.UU. y Japón.

La Comunidad Iberoamericana tiene una base cultural que vincula a muchísimos pueblos que suman 500 millones de hombres.  Desde la historia  fresca de estos Estados, y según el decir de algún presidente, «desde nuestra sangre más antigua» podría conformarse una comunidad con objetivos  que ayudarían al desarrollo de cada una de las naciones y pueblos que integran este nuevo sujeto internacional.  La Cumbre Iberoamericana presenta este sujeto nuevo al concierto de la economía mundial.  Esta Comunidad tendrá todavía que pasar muchísimas pruebas antes de alcanzar su reconocimiento.

La Cumbre es un instrumento reciente en las relaciones internacionales que actúa con una riquísima y variada experiencia por los elementos homogéneos y heterogéneos que posee.  Los intereses inmediatos de los pueblos y naciones iberoamericanos coadyuvan a un gran objetivo: poner en los tablados a este conjunto de Estados.

Esta Comunidad tuvo su origen en la violencia de la conquista, en la sagrada violencia de la resistencia de los pueblos indios y se forjó en una lucha incluso de hijos de españoles por la independencia de América.  Toda la grandeza y voluntad por la libertad que exhibieron nuestros pueblos, héroes y mártires, está también en los pasos cotidianos del hombre que mira y aprueba con su silencio a la Comunidad Iberoamericana.

Hay que superar límites políticos en cada Estado integrante de la Cumbre; es difícil que uno solo de ellos pueda proclamar haber alcanzado significación satisfactoria en su desarrollo y organización social.

La Comunidad Iberoamericana surge en un momento en el cual su única significación es cultural, pero en realidad podría ser una condición que proteja el destino particular de cada uno de los Estados miembros.  La raíz cultural común es un buen pretexto y las profundas diferencias quedan en la penumbra ante la conciencia que este hablar en castellano es un buen motivo para recordar su colectivo potencial mercantil.

No se trata del Commenwealth británico, donde se articulaban la vieja metrópoli con las envejecidas colonias.  Se trata de uno de los países pobres y exportadores de trabajadores en Europa, España, y de los países pobres del Sur del continente americano, que enfrentados a las presiones de la integración de los países ricos invocan un rasgo cultural común para afianzar el sueño de una unidad supraestatal que haga las veces de escudo, de lanza que emule el ingenio de algún hidalgo en la conquista de la tecnología, la ciencia, el mercado, en medio de una sed angustiosa por redistribuir los conocimientos, lo cual no es posible con las oraciones de siempre ni con las armas de siempre ni con las economías nacionales de siempre.

La Comunidad Iberoamericana redescubre otra redondez, la de la economía mundial.