Erich Honecker ha sido entregado a los tribunales de justicia de Alemania reunificada por la embajada de la república de Chile en Moscú. Patricio Alwin, Presidente de Chile, tomó la decisión ante la presión alemana.
Pretender que el proceso político representado por Honecker fue -o es- un problema de comisaría, de tribunal del crimen o de alguna Corte es empeñarse en sentar a la Historia -a una historia en el momento de su derrota- en un banquillo de acusado, y para colmo simbolizarla en una víctima propiciatoria, a quien puede imputársele cualquier mezquindad, cualquier pecado. Si a alguien Alemania Federal no puede juzgar sin perder la razón, es a Honecker.
¿Quién(es) fue(ron) -son- culpable(s) en este siglo de todos los muertos y guerras, desde la ruso-japonesa, la Primera Guerra Mundial, la guerra civil en Rusia, la guerra civil en España, las guerras coloniales y anticoloniales en África, en Asia, en América Latina, de las monstruosidades fascistas, de los muertos de la guerra fría, de la miseria extrema de masas paupérrimas del norte y del Sur, de «los muertos sin sepultura» que en la democrática Rusia de 1992 se pudren en las calles o son abandonados en las morgues para eludir el costo de un entierro, de los dogmas y desproporciones de lesa humanidad que intentaron convertirse en rieles para una sociedad soñada, cuya vigilia impuso terribles sufrimientos?
El derecho no tiene jurisdicción ante esa historia. No juzga a Dios ni al Diablo. Apenas encauza el papel de juez que el poder otorga para sentenciar ante un caos de pasiones: ¡culpable …!
Si Bush y Gorbachov redujeron al silencio sus proclamas de victoria y derrotas luego de la perestroika -nombre de la reestructuración de las relaciones internacionales, por desaparición de los Estados llamados socialistas- más aún debían hacerlo sus áreas de influencia, surgidas como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Ni la RFA ni la RDA podían ser juzgadas en sus límites desde el derecho. Solo era posible conocer las causas de su mutilación nacional y moral, mutilación que no tiene un culpable individual o colectivo: encontrarlo en Erich Honecker es llamar a prenderle fuego, es inocularle la culpa mayor de tantas Juanas, víctimas de sus inquisidores, es redescubrir la maldad de cualquier crucificado, es dar agua sucia a Yeltsin para que lave sus pies y manos y exhiba una inocencia que nadie, ni él mismo, demanda: la URSS murió de muerte natural, es dejar al presidente de Chile, Patricio Alwin, solo, en su indigencia espiritual. ¿Y Alemania? La cumbre y el abismo humanos cupieron también en ella simultáneamente. ¿El tribunal que «conoce toda la verdad de Honecker», del canto del búho, del muro de Berlín, de recursos no invertidos como lo mandaba la «infernal Alemania del Este» puede acaso otra vez instaurar la Inquisición? ¿Es posible Nuremberg en cualquier momento sin dejar de ser una farsa?
Si Alemania se enjuicia a sí misma debería sobreseerse y perdonarse, Erich Honecker es el símbolo global de su última tragedia: ¿Qué tribunal juzgará a Alemania, a su tragedia histórica, a un símbolo? Si la inquisición no pudo hacerlo sin convertirse en uno de los modelos despiadados de la estupidez humana, a pesar de haber sido «inspirada por Dios», menos aún puede hacerlo este tribunal, inspirado por la vanagloria de quienes se arrogan una victoria que no les pertenece e imputan a su «culpable» una derrota que los involucra a ellos y a tantos en el fin de una época.
Alemania puede ahorcar a Erich Honecker, electrocutarlo, fusilarlo, envenenarlo; puede engalanarse con su corazón palpitante; puede pintarlo de negro y enviarlo a Sudáfrica o a ciertos Estados y barrios de USA; también puede enseñarle a medias quichua y castellano, ponerle una piel cobriza y dejarlo suelto en una fiesta del club de la Unión o en la avenida Amazonas. Lo que no puede ejercer con él es condena alguna ni proclamar a base de ella la defensa de un derecho ni el cumplimiento de una obligación ni escarmentar. Únicamente puede vengarse, suprema prerrogativa del vencedor -circunstancia que reedita el crimen, en el más plausible de los casos-, en el presunto criminal, gracias a la atmósfera que hace de esta hazaña justiciera un acto de bondad, un alarde más del fingimiento en la historia.
Alemania puede y debe juzgarse a sí misma solo desde sus gigantes, en cuyo caso es posible que afirme con Goethe, Marx, Mozart, Beethoven, Schiller, Kant, Tomas Mann: más que una gran condena, bien vale un paso más en la comprensión de la Historia. A la vida, más que un recuento de muertos, le ayuda saber el porqué. El juicio con que Alemania afirma su victoria, no debe negarle la razón otra vez.