La modificación de la hora, con el fin de ahorrar energía, fue un acierto de esta administración. La reacción es la de la inercia. Para que nada cambie, nada mejor que cambiar (la hora a su situación anterior). Este experimentado aforismo popular guía el espíritu conservador de partidos y grupos sociales ubicados en distintos puntos de la circunferencia política.
‘La hora-Sixto’ ha servido para una justa protesta algo oculta contra todo pero reducida, en este caso, a un abierto reclamo de nada. Los reales justificativos están destinados a una ficticia conquista.
En la circunferencia política se encuentran poderosos círculos sociales que advierten lo peligroso que es sacar a un pueblo de sus hábitos, creencias, costumbres, tradiciones, de su magnífico y pasivo ‘saber’ que el sol amanece desde siempre a la misma hora y anochece a la misma hora, así como en las elecciones algunos partidos amanecen con la misma promesa y anochecen ejerciendo el Poder en tinieblas con la otra práctica de ese interés jamás proclamado.
Un muro insensible, sordo y mudo se levanta para catarsis y satisfacción: a que le echen piedras los descontentos, como alguna vez lo hicieron ante un enorme letrero frente a una universidad. “Bien vale” empujar a un pueblo a luchar por absurdos, a fin de minimizar su capacidad transformadora, su voluntad, su confianza en las propias fuerzas y mermar las razones de su necesidad. Esos grupos del Poder conciben que nada hay mejor que una ilusoria ganancia, “roncar una hora más” ¿? por invisibles progresos.
Hans Christian Andersen nos cuenta de unos truhanes que a un rey, amante del vestido, lograron venderle una tela, invisible para los desleales, torpes y ladrones, mientras que los demás, fieles a su majestad, los honestos e inteligentes podrían mirar las maravillas del tejido. El amor por el vestido y la vanidosa elegancia regia pusieron en marcha la confección de la mentira hasta exhibir al monarca en un paseo público en el cual un niño le descubrió diciendo: ¡el rey está desnudo!
Hoy los truhanes han resuelto confeccionar ese mismo traje -y no solo al rey- para cubrir a diversos sectores sociales desesperados por la miseria. El traje es un amuleto, un beato nuevo, un santo por canonizar, una promesa por cumplir, una oferta por satisfacer, un pan por hornear, una semilla por cultivar, la desnudez por cubrir. Y la tela vendida es volver al horario de siempre. Y en ese esfuerzo va el desahogo intrascendente, el desgaste en un logro que no existe, la “rentabilidad social” en la adhesión de los engañados, la ilusión del poder popular, en resumen, la recreación de la activa parálisis que los de arriba necesitan de los de abajo, que los de la derecha demandan de los de la izquierda, que el propio gobierno requiere para mostrar su sensibilidad ante este clamor social que subroga la verdadera protesta popular esfumada, perdida y debilitada en el simulacro y la impostura de un combate por una falsa causa y su inevitable victoria.
Los truhanes de ayer encuentran hoy un gran mercado en esta feria libre de ilusiones, farsas y luchas reales e inútiles por la nada, por la vuelta a la hora de siempre -que va más allá- a dormir una hora más abrigados por un prejuicio de siglos.