Decir que la vida pende de un hilo se presta a muchas interpretaciones. Por ejemplo, cuatro hilos de la historia ecuatoriana, cacao, café, banano y petróleo definieron períodos fundamentales del Estado y de las estructuras de Poder en la nación.
El cacao y el petróleo iniciaron dos momentos excepcionales. Al primero -la Revolución del 95- concurrieron los exportadores y la naciente banca reclamando poner en marcha un capitalismo que nunca alcanzó el ritmo que requería la producción, pero que arrinconó a los latifundistas. Una nueva base económica ligada al mercado mundial extrajo del ruido de ese mercado el pensamiento liberal. El petróleo marcó otra cualidad. Bajo el gobierno de Rodríguez Lara, el nuevo componente de Poder excluyó a los terratenientes tradicionales, amparó a los exportadores e incorporó grupos financieros que se regodean ya 20 años en la conducción del Estado, hablando -para entretenimiento de los más débiles- de dictadura y democracia.
El aparato privado exportador que se conservó estaba mayoritariamente encadenado al banano, cuya élite, los «buitres», como los denominó LFC con extraña y probada precisión, han puesto el grito en el cielo: «terrible catástrofe», porque la Comunidad Europea -aperturista para sí, pero unión aduanera agresiva frente a terceros- ha dicho no ‘al dejar pasar’ y menos aún ‘dejar vender’ por la libre el banano latinoamericano.
Se inicia otro momento. Las barreras al banano son una escaramuza de la guerra comercial entre la CE y USA. Coincide con una exigencia europea que ejecuta con ventaja una batalla frente a EE.UU. en «territorio neutral»: acabar con «los desgastados socios de la administración norteamericana» e impulsar relaciones con círculos «de esa zona del dólar» verdaderamente productivos, al margen de perezosos especuladores -exportadores anquilosados- que elevan su capacidad competitiva exclusivamente con maniobras monetarias, urdiendo paridades de exportación e imponiendo que el dólar de las empresas del Estado sea menor para configurar un disfraz de eficiencia.
Los pequeños productores de banano también son manipulados. Han ido mejorando sus condiciones de organización y técnica, a pesar de la falta de recursos, insumos y fumigación, ceden su lugar a otras especies de cultivo y lentamente se han adaptado al mercado mundial. No obstante, la maldición de siempre ha sido la incontrolable sigatoka negra y las cuotas y precios impuestos por los exportadores grandes a los productores pequeños.
La política ecuatoriana pende de un producto. Pero cabría preguntarse ¿qué política? La joya de la propiedad privada del poderoso exportador bananero no ha demostrado ni eficiencia ni productividad, sino abuso de Poder.
La situación se torna curiosa. La Iniciativa para las Américas no hizo otra cosa que plantear el sometimiento de las diversas esferas económicas a la valoración del mercado. La capacidad competitiva no debía nacer de los subsidios, menos aún de lo peor, la devaluación continua y permanente.
¿Qué sucedería si Clinton desechara a negociantes parasitarios y oligárquicos, mendicantes de subsidios y paternalismos, a socios raquíticos, dominantes de pueblos depauperados, paralizados en la queja, incorporados a ese sketch del subdesarrollo que llaman informalidad, exportadores informales, Estado informal, vida económica amorfa?
Una de las funciones de la economía mundial está vigente: señalar el desgaste moral de las economías nacionales. Todo indica que la CE no se cierra a América Latina, pero sí a los ancianos socios de la anciana política norteamericana que, al parecer, queda atrás. Y por esta razón, América Latina y el Ecuador deberían pensar en el establecimiento de nuevos vínculos con Europa.
Lo que los exportadores perderían es poco. ¿Y el país?, bastante: 2•5 veces lo que EMELEC le debe al Estado y, por ahora, solo 100.000 mil puestos de trabajo, la tercera parte de esos 300.000 desocupados que el año 93 «producirá» la reducción del tamaño del Estado.
Y lo que podemos ganar en conciencia es muchísimo.