Jorge Luis Borges escribió alguna vez que Macbeth mató al rey para que Shakespeare urdiera su tragedia, tragedia que el genio shakesperiano atribuyó al destino: las brujas consultadas habían presagiado que Macbeth sería rey. La traición fue el camino hacia un fugaz y fatal reinado.
En la compostura nacional, la calamidad se ha repetido como un remedo. Aquí Macbeth, representado por el Gobierno, tuvo que matar parte de un rey, asumido por un ministro, para darle la razón al Poder económico, autor de la obra Política de Estado.
El resquemor dramático que atravesó la interpelación al ex-Ministro Andrés Barreiro acentuó el carácter ineludible de su fin. Condenado desde hacía mucho a la destitución del papel que asumió, no supo de su condena mientras fue exponente de la política que defendía, hasta que del cielo se desprendió la espada del gobierno y al percibirla en su caída, horizontal como una guillotina, convirtió en denuncia su último deseo y señaló “las entrañas del gobierno”, de ese maldito frente económico preocupado de ganar “el premio Nóbel de Economía, mientras algunos barrios de Guayaquil se parecen a Somalia”.
“No hice más que lo que me ordenaron”, declaró. Y quiso decir: me ceñí al libreto de los que escriben el desastre cotidiano que el pueblo sufre y contempla en el Estado privatizador. Fui fiel a esta horrible estrella y me alegra que se apague.
El partido gobernante-opositor, al advertir que como oposición parlamentaria había quedado en minoría, resolvió, como gobierno , destituir al Ministro para que el Poder urdiese exitosamente su trama. Tenía que sancionarlo aunque se sentenciase a sí mismo y ejecutarlo mutilándose, para que la razón de quienes forjan los escenarios de intereses visibles y reparten sus papeles no fallara.
Si el Ministro depuesto hubiese sido un rey entero, la desdicha habría sido entera, pero se trataba solo de un ministro, de un pedazo de rey. El autor de infortunios continúa su obra fuera de la imaginación y ha ambientado la fragua a pedazos, de un rey republicanamente inconcluso.
A los pocos días, la imagen del ex-ministro ha comenzado a desvanecerse. Los “sacrificados” van al limbo de la política; ahora, otro ministro es el tributo. Los mártires en el sistema pertenecen al Poder. Un criadero de vírgenes gubernamentales y opositoras ofrece la víctima propiciatoria que la democracia devora. La culpa es necesaria; la inmolación, inevitable; la pena, protectora para que la tradición se conserve y se aplaque.
La estética del Poder es ajena a las pretensiones y certezas de la memoria: sucede al margen de la conciencia. Es el encierro en el placer, el olvido, el sufrimiento y la desgracia; la criatura oficial de la política de Estado; la implacable voluntad del Poder frente a sus astillas.