Privatizar desde el interés público

Las pirámides de Egipto son una maravilla.  Las hicieron vulgares y comunes esclavos, capaces de arrastrar, hacer navegar y elevar piedras en movimientos inimaginables.  El clamor de la corte fue grande.  ¿Cómo era posible que únicamente el gobierno construyera pirámides y que el sector privado no tuviese oportunidad de hacerlo?  El Estado había monopolizado la esclavitud.

Siglos más tarde o quizás milenios sucedió en Samarcanda -ese rincón encantado del centro de Asia- cuyos grandes templos en honor a Alá se levantaron justamente con manos esclavas, activos de Estado.  Entonces no alcanzó a triunfar la privatización:  la indomable fuerza de Timur arrolló no solo al pueblo sino también a sus debilitados dioses, pero el conquistador quedó en un mausoleo al que se desciende para leer “Aquí yacen Tamerlán y todos los males, mientras no se abra esta tumba”.  Esa tumba se abrió poco antes de la Segunda Guerra Mundial, al volver a cerrarla nadie quiso privatizar.  Era preferible mantener el sepulcro públicamente resguardado.

La conquista de América la impulsaron las Cortes de España, se afirma que en tremenda rivalidad con las Cortes francesas.  Pasó el tiempo y se descubrió que semejante portento, para bien del progreso, no podía permanecer exclusivamente en manos de la administración, y se privatizaron las posesiones de Indias con todos los indios que estaban dentro:  crecieron los obrajes, las encomiendas, las mitas.

En su origen, el capitalismo tuvo que soportar los obstáculos de otro Estado, el feudal.  Romper las puertas de sus muros fue una promisoria tarea que cumplieron los mercaderes desde sus intereses.  La Revolución Francesa fue su cúspide y el Estado en Europa organizó desde la jornada de trabajo (de acuerdo con las fuerzas de las nuevas clases) hasta la circulación monetaria (concorde a la necesidad de los nuevos bancos).  Integró sectores empresariales que hasta hoy -y hoy mucho más- conducirían a la muerte por espanto a los técnicos del CONAM, el CONADE y demás templos de la sabihondez criolla.

El Estado norteamericano tuvo cuna y desarrollo distintos.  Nació de golpe en lo alto.  Aunque no pudo trasladar el palacio de Buckingham a su capital, se forjó de golpe en todos en todos los avances de la Revolución Industrial.  Asumió funciones empresariales ligadas a la conquista del territorio norteamericano, a la distribución de recursos financieros, al negocio de la esclavitud, a la protección del saqueo extranjero.  Ese Estado, aparentemente solo administrador, solo armado, solo de control, solo represivo, fue incorporando a la dinamia de sus inversiones un aspecto fundamental del movimiento de la economía, el comercio de la ciencia y tecnología de punta que avanza, se limita y se financia, sobre todo, más allá de la demanda privada.  Las inversiones de altísimo riesgo y magnitud pertenecen a un mercado constituido mayoritariamente por la demanda gubernamental, una especie no monopólica, estatizada no por fuerza de la voluntad sino de la necesidad.

Nuestro problema es otro, quizás más complejo: mejorar condiciones  de seguridad social; elevar el sistema político; defender la esperanza creciente de vida del hombre; organizar mejor y más creativamente la jornada de trabajo y el tiempo libre; aumentar el potencial y la intensidad de uso de las fuerzas productivas, la técnica, el espacio, el uso de materiales y energía.  El día en sus 24 horas tiene que ser tiempo productivo que no altere la ecología.  Para lograr todo esto, hoy que conocemos tan diversas significaciones de los sectores estatal y privado, adherir dogmática y exclusivamente a la privatización y rematar la base material de la función económica del Estado, que es una fuerza motriz del desarrollo, es un error, un acto especulativo, una piratería.

No privatizar las manos de quienes construyeron las pirámides, porque entonces no se construirían nunca más.