Las palabras de la naturaleza

Alguien decía que ante una obra, incluso en la tragedia, uno debe sentir la necesidad del exceso, experimentar ese ir más allá, no compensar ninguna expectativa con la quietud, con ningún logro.

Si a usted le cayera encima una montaña, los que quedaran preguntarían muchas cosas. Los pecadores descubrirían la ejecución de un castigo. Los nihilistas dirían que las cosas son así mismo y que es inútil quejarse.  Los operadores de turismo soñarían con el tesoro futuro, los neoliberales afirmarían que el Estado no tiene por qué meterse, que todo le corresponde a la empresa privada y que la culpa la tuvo el gobierno por no haber privatizado el cuidado de los montes.  Los ecologistas, más próximos a la realidad, acusarían sin equivocarse de la irracional explotación de la zona a pesar de todas las advertencias.

Casi nada de lo opinado ante el drama que viven los ecuatorianos en Paute está fuera de estas posiciones, sin embargo la práctica muestra que, en casos de tal magnitud, el Estado puede actuar más allá del complejo estímulo del lucro y su acción social estratégica y táctica se vuelve indispensable.

A la administración le corresponde elevar sus funciones, regular la explotación que protege el equilibrio ecológico, el movimiento del agua y la diversidad biológica, el curso apropiado en la utilización de los recursos inorgánicos.  Nada de este mundo material está fuera de la continuidad.

Lo sucedido en Paute es apenas una ínfima parte de lo que cambió el curso de la vida en el Planeta en el tránsito de una a otra de las Eras conocidas, evocación que contribuye a cultivar la aceptación de la evolución del mundo.

Si el voluntarismo en la política encuentra respuesta en trágicas derrotas, el voluntarismo frente a la naturaleza enfrenta la inconmovible e implacable acción que ella ejecuta con desmesura, que es como el hombre reconoce el carácter admonitorio de lo que para él es todavía una irreparable pérdida.

El aluvión en Paute nos ofrece extraer algo más de su lección, con lo que cobra sentido el reconocimiento a los pesares de los afectados.  El drama humano es parcialmente recuperable, si se ayuda de manera efectiva a los damnificados.  El cambio geográfico adquiere varias significaciones en la economía, la estética, la política, la pedagogía.

Está presente la solidaridad del pueblo cuya generosidad se realiza en silencio, y también están las limosnas que se desprenden de lo alto cuyo calibre requiere el testimonio de la TV.

Se ha exprimido seres humanos para producir chorros de dinero y las respuestas han sido las revoluciones que la historia conoce.  También se ha presionado a la naturaleza para obtener lo mismo y las respuestas son apenas síntomas de una advertencia.  En ambos casos, la consecuencia es la misma: el hombre cambia sus relaciones para superar su existencia.

Habría entonces que admitir que estos desastres son las palabras de la naturaleza, la interacción de los elementos que conforman la huella de la dimensión humana frente a su medio.


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