Vender una idea es frase muy difundida, lugar común al que se acude, independientemente del nexo que la frase tenga con la realidad. En la política expresa cierto aspecto de la contemporaneidad. Los partidos están obligados a difundir sus reflexiones a través del mercado.
Los intereses que representan los partidos, en las actuales circunstancias, han saltado de los escenarios diversos del movimiento social a los mecanismos del mercado. Es verdad que las ideas de libertad, igualdad y vínculo no violento entre los hombres proyectaron principios exigidos en las relaciones contractuales que se incorporaron al Derecho como normas esenciales del valor jurídico de las obligaciones. Ideas que, si se realizaron fuera del mercado, lo organizaron, lo regularon y le aportaron la juridicidad imprescindible.
Hoy las ideas que se venden son las que valen. Se diría que no porque valen se venden, sino que porque las compran, valen.
Una tienda (significativo apodo de partido) de ideas fijas y dogmas se asienta de manera creciente sobre recursos económicos y convierte en convicciones los axiomas en boga, que dotan a sus productores de beneficios y rentabilidades, pruebas de su validez: partido que no sea mercader corre el riesgo de extinguirse, el potencial comercial del producto ideológico encierra la convicción, las representaciones y símbolos valen al margen de su duración -lo importante es que conduzcan con eficacia y cumplan con las exigencias de divulgación mercantil-, forjar cruzadas modernas por intereses antiguos es un camino de triunfo, y esto transitoriamente solo es posible en la creación de una bolsa de razones de Estado.
El contenido de la transición de un partido y su funcionamiento empresarial enfrenta una exigencia que en el pasado no estuvo presente: responder a lo socialmente dominante y necesario.
La relación entre la economía y la política va suprimiendo la intermediación de los partidos y recobra nuevamente la proximidad que tuvo en el pasado. De esta manera las agrupaciones que funcionan a la antigua no recrean la regularidad económica ni su proyección en su quehacer. Para expresar políticamente la economía, dichas congregaciones han de funcionar reconociendo esa contigüidad.
Un partido moderno, mas parecido a una feria que a un Templo, resulta adecuado para seguir conteniendo en su evolución el curso de la política, de una tendencia, de un filón de ella, de un torrente de la tempestad de la transición de estos días. También la inversa se torna imperativa: una Iglesia ha de multiplicar la fe en Dios, si ese Dios protege y establece bazares para los compradores que convoca.
Una vendedora en la puerta del convento sabe que de un santo es posible conocer la capacidad milagrosa por la cantidad de imágenes que de él se venden.
La mayor parte de productos ideológicos actuales carecen de valor, se consumen de manera imaginaria, circulan como papeles fiduciarios, siendo solo una ficción de ellos, una lotería que no juega, una promesa de bajo precio, casi un obsequio para los más pobres.
Sin embargo, desde la tumba que el mercado organiza para los partidos reaparece el espectro de su futura resurrección, tal si la forma en que han existido hasta ahora, solo fuese una premisa de como habrán de existir en el mañana, en todo caso mas cercanos a la ciencia, para reflejar mejor las demandas de la evolución humana en sus modos concretos de existencia, y mas lejanos de la inmediatez, la compra-venta de ficciones y de este presente entregado ya al pasado.