El Estado ecuatoriano se fundó sin representar, armonizar, defender ni cuidar la diversidad de los pueblos bajo su jurisdicción. Se pensó en un territorio y sus propietarios, y los pueblos indios no eran propietarios de nada. Fueron las razones de Estado acerca del pueblo siempre pueriles, audaces, repletas de delictiva sagacidad, posesas de una ideología cuentera, sin embargo transparentes, para exhibir la supina ignorancia que ha decorado el Poder. Antecedente este decisivo de los actuales momentos, cuando al parecer se instiga a buscar una solución militar al problema indígena.
Los partidos políticos, por la pérdida de sus tradicionales funciones, han ido cediendo a las organizaciones gremiales, sindicales, tareas que no pueden cumplir. Los gremios se han aproximado al Estado de manera directa, en unos casos con ventaja, cuando se trata de las Cámaras, porque encuentran representación de sus demandas en la organización política y en otros, con terrible desventaja, cuando se trata de intereses de trabajadores y pueblos indios carentes de representación en la administración política.
Durante estos días, en el Estado se evidencia torpeza y ánimo discriminatorio en la conducción de sus acciones. Gobernado por, entre otras cosas, animadores del fin de los partidos o cruzados por los derechos de los independientes tienen una acentuada dificultad para entender que sus relaciones con los gremios populares constituyen inevitable mecanismo de comunicación, semejante al que mantienen con las Cámaras.
Socialmente, los procesos sindicales son diferentes. El movimiento sindical ecuatoriano vive el fin de un ciclo, concluye una etapa y aún no alcanza a ubicar una nueva, de ahí su presente decadencia. Este no es el caso de los pueblos indios que vivieron con diversas tendencias siglos de declinación, y que hoy, al fin de una no superada derrota, reflejan ese fenómeno mundial de subordinación de las clases a las naciones, que en grados diversos de desarrollo lo manifiestan las demandas concretas de tribus, nacionalidades y diversidad de procesos multiétnicos, multinacionales. El rol del movimiento indígena es nuevo en la historia del Ecuador.
La indiferenciación con que el Estado atisba las funciones de las organizaciones populares agudiza una nefasta relación interétnica. En el pasado inmediato, incluso las clases coincidían con los procesos étnicos, y entonces un reclamo de campesinos era un reclamo de indios, y bastaba la tierra para calmar una reivindicación. Hoy esa coincidencia ha sido rebasada: el problema de los campesinos es uno; el de los empresarios de la tierra, otro; el de los indios, distinto y nuevo, y la respuesta no puede ser esa que se manifestó en la torpeza con que el Congreso actuó al no recibir a la CONAIE.
La nación ecuatoriana es un proceso espontáneo y frágil, de corta vida, que nació con la Independencia, aunque se gestó en un tiempo anterior desconocido en la discriminación de los pueblos indios, lo cual lleva a extremos la lucha y la diferenciación interétnica. Basten esas horrendas leyendas de pared: mate un indio, haga patria. Y la respuesta inmarcesible de los que saben que también así se ha hecho esta Patria: nuestra sangre es el veneno del futuro.
En las asociaciones étnicas, la distorsión respecto de sus propias demandas se ha convertido en un ultrismo discursivo que no tiene ningún sustento en su organización ni en la formulación de sus reclamaciones. Los pueblos, cuya dirección carece de estrategia, la buscan. Se supone que siendo suya, es de la nación y debe proyectar la armonía de los distintos intereses de la Patria. Las tácticas que las asociaciones étnicas desatan son defensivas, no las controlan, poseen las desproporciones que la defensa de la vida impone.