La reorganización del absurdo

Las causas de la crisis de gabinete deberían ser reconocidas.  Esto supondría su verdadera superación. 

La homogeneidad ideológica que conduce al gobierno encubre una  disputa de antagónicos intereses, disputa que rompe la religiosa armonía inspiradora y aglutinante de los ministros, quienes se proclaman conservadores, socialcristianos e independientes de derecha. Esta identidad ideológica no disimula la rivalidad de ambiciones y produce, sin los recursos de objetivos comunes, una espantosa imagen gubernamental.

El motivo de la escasa “gobernabilidad” no está en la presunta falta de liderazgo.  Es erróneo ubicar toda la responsabilidad en ello.  Sixto es un líder, gobierna y conduce por omisión -otra forma de ejercer el mando y uno de los motivos de su éxito electoral-. La confusión en el tratamiento brota de no haber tomado conciencia de los requerimientos neoliberales que en el presente se imponen a su liderazgo.

Después de las transformaciones mundiales (1989), la conducción del Estado reclama de una fuerza ideológicamente plural para impulsar su reforma con menos desgaste social. Bajo estas condiciones, la heterogeneidad ideológica es secundaria frente a la posible comunidad de reconocimiento democrático de intereses.

El Estado no puede ser administrado como empresa. La presencia de secretarios de estado aprisionados por círculos empresariales sin la dimensión que demanda la reforma es un obstáculo en el gabinete.

El Ejecutivo redujo su política a los ajustes, cuya consecuencia práctica ha sido el incremento de la pobreza extrema.  La ausencia de preocupación sobre el problema social trasciende desde todo el quehacer gubernamental, basta señalar el desconocimiento (incluso ignorancia) de la cuestión étnico-cultural y el olvido del ítem salario en el presupuesto del Estado, lo que evidencia falta de espacio político y moral para este tipo de preocupaciones.  Por otra parte si comparamos la tasa inflacionaria que admite el Estado con la que existió en el pasado, vemos que es igual o mayor, y el poder adquisitivo del sucre es de 8 centavos con relación a los 100 que existían hace 10 años.

El gobierno expresa los límites de no haber logrado constituirse desde al menos un partido.  Sixto Durán-Ballén salió del PSC hacia un predestinado simulacro de partido.  Hoy, el gobierno carece de un partido completo  y llega a rodearse, en estas condiciones, de adulones que terminan siendo una especie de bufones de un rey acusado de no gobernar, al cual hay que exhibirle gratitud por la circunstancia de estar en Palacio.

La desavenencia entre Sixto y el PSC fue electoralmente fecunda para los dos.  Esa fecundidad solo podría continuar a condición de que no se confundiera el ser que gobierna y el ser opositor.  El PSC ha ejercido y ejerce las dos funciones.  En este partido pueden germinar inconfesables temores en la médula de la unidad que rodea a su presunto candidato para el 96, mientras no asuman una clara postura de oposición o gobiernen abiertamente.  Por ahora, el Ejecutivo está mutilado, porque tiene medio Partido Socialcristiano para contribuir con él; un cuasi partido que no contribuye, el PUR, y el PCE, prisionero del espíritu de secta, estigmatizado por el descontento social para ejercer la presidencia en este instante.

El gabinete atrapa y paraliza al Presidente en una especie de corto circuito político, que le impide iluminar al PSC para que asuma la conducción del Estado, y anticipe su gobierno.  Lo grave podría ser que anticipe la oposición  para encantar electores hacia el 96.  Ahí sí la desolación de Sixto puede ser tan grande y el mal gobierno tan perjudicial que dé al traste con la sucesión constitucional. Entonces, con toda certeza, cualquier crisis de gabinete será una inútil reorganización del absurdo.


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