Los perfumes de las reformas constitucionales

Antiguos emperadores solían consagrar los esfuerzos del reino a la invención de esencias que suprimiesen el hedor de la putrefacción que las pestes generaban.  Hubiese bastado enterrar los cadáveres. 

Sin embargo, la insuperable razón de la época enseñaba contrarrestar la pestilencia con aromas.  Esta unilateralidad dio origen a una industria maravillosa de bálsamos para satisfacción del olfato.  Recuerdos desligados de la admiración que produce siempre el absurdo en la historia.  Esos siglos se han ido, pero ha vuelto (o sigue) el absurdo.

El Congreso de la República ha optado por reformas constitucionales que desodorizan el atraso inconmensurable en el cual se debaten los parlamentarios.  En lugar de pensar la reestructuración del Estado -frase de fe para discursos- optaron por apuntalar viejos y caducos andamios. Sin siquiera advertirlo, resolvieron incrementarlos:  de 77 a 113. Cambiaron el achique  del Estado por la ampliación de la cancha propia en la que esperan jugar siempre, sin salir del presupuesto. Aprobaron además que los no afiliados a partido alguno podían ser candidatos bajo la condición que define el mercado: el monto de las riquezas para ejercer la representación de los mas pobres.

Los autores de tan sesudas  transformaciones pretenden ganar eternamente.  ¿Qué sucedería si la reelección de los diputados mantuviese 2 años mas este mismo Congreso…?  El partido que todo lo conduce podría perder las elecciones, puesto que no tendría como representar el antagonismo que el tiempo y la victoria electoral exigen.  Cuánto daño se habría hecho este partido, si no contara con la decisión, a veces iluminada, de su coideario en la presidencia de la República, quien vetará dicho proyecto para bien del país.  Después de todo, solo quedará el eco de la triunfante oposición.

Por ahora lo grave es que los representantes de ya no se sabe qué no puedan actuar en favor de la ampliación de la representatividad del Congreso, que podría incluso reducirse cuantitativamente y representar cualitativamente los intereses de toda la nación.  No se han redefinido los papeles económicos del Estado.  La discusión parlamentaria se aparta de la conciencia social.  No se legisla, puesto que la institución que realmente lo hace es el gobierno (de las leyes aprobadas, ninguna de las mas importantes proviene de los diputados).  Tampoco se fiscaliza; es una trampa de oposiciones internas.  En el Congreso no se ha superado el espíritu de venganza en las fiscalizaciones ni la ausencia de rectificación política por las cuales se fiscaliza.  El parlamento es un poder secundario.  Se manifiestan sus demandas como problemas de cantidad: número de diputados, tiempo de permanencia, magnitud de las dietas, tamaños, volúmenes.

No se ha creado un solo estímulo al avance de la ciencia y la tecnología, la educación, la administración, el control, la información, la comunicación.  No se ha pensado siquiera en las propias relaciones internas a partir de una estructura que fecunde la práctica de sus integrantes.  Debió democratizarse el sistema político, reformando, al menos, las leyes de Partidos Políticos, de Elecciones.  Debieron crearse tribunas electorales con igualdad de condiciones.  El legislador es un estratega que organiza el camino de la ejecución táctica de la ley, jamás el inmediatista que sacrifica los objetivos nacionales a los apetitos instantáneos, a los presuntos éxitos del día, con los cuales la codicia conforma pírricas victorias.

Después de estas coincidencias gobiernistas vendrán las discrepancias oposicionistas.  Es la lógica de la democracia, la del Poder, por supuesto.  Se trata de los modernos perfumes de los palacios, perfumes de los representantes de los mas pobres.