El país debe reflexionar y organizar hacia un nuevo ordenamiento sus enlaces con el mundo: con EE.UU., con Europa, con Japón, con el G-7, con América Latina. La superación de sus actuales relaciones va mas allá de una simple aspiración al libre comercio.Va hacia la integración y la conducción de políticas educativas, de información, de protección ecológica; de seguridad frente a la experimentación de armamentos y a la explotación de recursos en todas las zonas que circundan y conforman este maravilloso producto, el Ecuador.
La moral internacional que demanda la universalización de derechos, de positivas reivindicaciones laborales, empresariales, crediticias, financieras, tecnológicas, científicas es intermediaria en la reconstitución de organizaciones mundiales, regionales. Aún es posible decir sí o no a los principios del reciente ordenamiento. Resulta imprescindible una voz dispuesta para convocar a una utopía que conforme la conciencia ética mas honda del hombre y la naturaleza en este fin de siglo XX.
No es solo el G-7 el que resuelve. Cuentan los pobres de la América del Norte, la Europa del Sur y los países de reducida superficie y población. Comienzan a ser audibles la América Latina entera, el África, el Asia gatuna y los tigres del Asia misma en una respuesta que requiere rebasar la sola espontaneidad de los centros económicos, de las agrupaciones geográficas, de los procesos nacionales y culturales en gestación en el mundo.
En nombre de todo esto, la política internacional del Ecuador no ha de reducirse a esperar una propuesta para decir sí o una agresión para callar o una mutilación mercantil para decir no, sino que debe dotar de palabra a sus intereses también globales, puesto que en su mas profunda esencia corresponden a los de la humanidad y a los continentales, a los regionales, a los subregionales.
La difusión de la ética internacional fue y es un escudo. La política internacional es un arma, un lenguaje sobre todas las cosas, un ejercicio de redescubrimiento de sí mismo.
Necesitamos una política internacional que sepa y reconozca que los cofanes son de aquí y también de allá, que los shuaras son de aquí y de allá, que los achuar son de aquí y de allá, que la cultura quichua es de aquí y de allá y que todo eso tiene que tratarse también desde el Estado, a pesar de que aún no estén representados esos intereses en él, para que este Estado pueda existir como instancia de representación de la riquísima diversidad de la nación ecuatoriana.
La política internacional ha de ser capaz de ubicar sus FFAA como objeto de protección mundial, sus árboles, ríos y fauna como objetos de protección mundial y, por supuesto, también otra vez sus culturas como objeto de protección mundial.
Estamos en la antesala de la substitución de una forma del derecho internacional por otra. En lo esencial, los vínculos jurídicos ligados a principios y novedosos procesos y engranajes científico-técnicos conducen la palabra, la imagen, la creación, la producción internacional, todo como un desarrollo del lenguaje universal del hombre.
Un Estado que se «moderniza» reduciéndose a la calificación que merece del FMI, que se estremece ante la opinión de una revista (The Economist) cuando ésta dice que el Ecuador no es confiable; un gobierno que se esfuerza por responder a cualquier columnista internacional y jamás por pensar en la palabra de su pueblo, de sus comunicadores nacionales no necesita competidores: necesita renacer.
Las enloquecedoras nubes del presente están cargadas de frescura dispuesta a regar el desierto y la selva para que ninguno muera y sin embargo todo cambie.