Shock político

Alguien dijo alguna vez: gobernaremos desde la oposición.   Al fin, la frase se convirtió en realidad.  Hoy se gobierna desde la oposición y se hace oposición desde el propio gobierno.

Shock profundo del Estado.  El Parlamento no legisla, apenas matiza y legitima lo que le envía el Ejecutivo.  No fiscaliza para alcanzar modificación de políticas.  Ejerce presiones y venganzas.  El enjuiciamiento a César Robalino por no parecerse a Mario Ribadeneira, es el camuflaje del usufructo pecuniario que de la debilidad gubernamental hace la oposición que gobierna

El Ejecutivo es nave al garete.  No hay equipo de gobierno, el que gobierna está fuera de él.  No existe política social.  La política económica no tiene coherencia ni consenso necesario para impulsar reformas esenciales. Los Ministerios carecen de información para actuar.  No hay sentido histórico en la organización del Estado ecuatoriano ni memoria de su evolución.

La función judicial profana desde hace siglos la justicia.  Proclama siempre la inocencia de la cúspide social.  Jamás perdona a los de abajo.  Es la función más perezosa.

El desprestigio intencionado de la política y de los políticos es inmenso. El estado de ánimo de las masas es depresivo, incluso negativo para confiar en cualquier incipiente nuevo curso. La política internacional del Ecuador está sujeta a la palabra de honor del Presidente y no al reconocimiento de intereses.  No se evidencia continuación adecuada en el tratamiento de varios problemas.  La renuncia a una visita internacional, exige pronunciamientos de matices que ni siquiera se intuyen.

Todo el andamiaje político de la nación ha envejecido. Hay organismos enteros obsoletos: el TGC, los consejos provinciales.

La manifestación más aguda de la crisis se da en el Estado.  Por eso, cualquier reforma económica o pretensión de transformación o cualquier anhelo de sacar del subdesarrollo y del atraso al país debe partir de la reforma política.

El Congreso es escenario y espectáculo de la impotencia total, de la ambición desmesurada y de la irresponsabilidad política. Se pretende utilizar la Constitución para legitimar apetitos que no corresponden a la historia que anhela el pueblo.

Hoy la más avanzada transformación económica no es posible sin la democratización del sistema político.

La crisis económica se dilata y se expresa en la especulación en que se halla.  Esta crisis se muestra como retardo y recesión de los procesos productivos; como pauperización de las masas, fenómeno también económico, no solo social.  Hay contracción verdadera del mercado, pérdida del poder adquisitivo de la moneda y presencia de cierta paridad ficticia con el dólar que no es panacea de ninguna economía, porque la paridad estable trasluce panaceas cuando auspicia inversiones.  En el Ecuador no se da este fenómeno.

Todo esto muestra una vez más que el Estado ecuatoriano para reformarse posee a su interior escasísimas potencialidades.  Debe haber un gran auspicio nacional, grandes fuerzas multipartidarias, una gran voluntad de todos los sectores sociales, para ir hacia alguna transformación.

En términos generales, el equilibrio macroeconómico funciona unilateralmente, pero hay resquebrajamiento profundo del anciano Estado que ha perdido toda posibilidad de ser una palanca de estímulo para el progreso.  En lugar de esto, genera una grave disputa social y va creando espacios de peligrosa confrontación interna.  Porque no es la pelea de los de abajo frente a los de arriba (que se supone ganada por los de siempre), sino la pelea de los de arriba entre sí, pelea que se va volviendo mas violenta, lo que anticipa terribles perturbaciones sociales.  Ese fenómeno va desarrollándose en una superficie abierta por esa macro-armonía  y esa oposición que pretende gobernar 8 años: 4, en contra y 4 más, a favor.