El miedo a la transformación

El Estado es al cuerpo social lo que la edad individual a la evolución humana.  Los individuos y los Estados mueren.  En esa defunción se renuevan y ocultan el triunfo y el avance del conjunto.

Este presente amontona el atraso de siglos en el Estado.  En el pasado, lo irreversible de la edad en la historia se denominó anciano régimen.  Durante la Revolución Francesa para referirse a la monarquía, el pueblo la identificó con la senectud.  En el Ecuador, la nación entera siente, se queja y lamenta por la ineficiencia, el carácter discriminatorio, la estrechez de representaciones, el espacio de inmensa corrupción, el simulacro de satisfacción de intereses nacionales que constituyen al Estado.

Los cambios de hoy no son los cotidianos de esta centuria.  Son mas hondos.  Son los mas trascendentes de los últimos dos siglos que resumen y superan extraordinarias experiencias, utopías casi realizadas, lacerantes insomnios y agotamientos colectivos.  Todo va exigido de transformación.  Ningún éxito o frustración del pasado basta para ubicar tareas o reformular funciones de estructura, representatividad y de la misma naturaleza social de los Estados.

En mi artículo del 21 de marzo Cambiar la forma del Estado   afirmé que deberíamos optar por una forma parlamentaria-presidencialista. Entonces invoqué denominaciones con las que se reconocen muchos Estados y regímenes, en sus extremos son distintos, en un anhelo de crear y generar búsquedas y combinaciones que serían adecuados intentar, a fin de que la nación cuente con un Estado al que no se le escapen ni pueblos ni intereses ni culturas ni demandas ni peligros frente al tiempo que determina a las actuales generaciones.

Esta posible reorganización del Estado permitiría ubicar objetivos que aproximen posiciones, intereses, orientaciones, culturas, ideologías y que, a la par, contribuyan a forjar un ambiente propicio y el escenario indispensable para reunificar movimientos sociales.  Todo en un espíritu que suprima el miedo a la transformación en este mundo también universal de la intimidad individual y colectiva.

El Estado para el cual se estructure el régimen parlamentario-presidencialista,  desde la sabia de los procesos que gestan el país y su riqueza étnica, elevaría el sistema judicial, el político -electoral y de partidos-, la administración del ejecutivo; en fin todas las funciones, cuya eficiencia mutua representaría no solo un mayor potencial real, sino la base y fundamento de un superior ritmo histórico y una juridicidad sin discrimen, en la que nadie sobre a la hora de reconocer que el Estado nos representa.

Instituciones fundamentales como fuerzas armadas, centros de educación en todos sus niveles, sindicatos, cámaras, asociaciones étnicas, diversas oeneges, partidos políticos, numerosas instituciones públicas en las que se expresa la sociedad deben impulsar la organización de una nueva forma de Estado.

Desde esta finalidad (y estrategia) la nación debe y puede cambiar.


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