La carta de intención se piensa allá, se escribe aquí

El desarrollo, en particular el económico, precisó en este siglo instrumentos de aproximación y control de su desenvolvimiento: la planificación, la programación  y la prognosis  de cuya síntesis se han derivado numerosos mecanismos de valoración del movimiento social.

La planificación en la economía centralizada experimentó y ofreció el control de índices macroeconómicos, a más de los relativos a la circulación monetaria, los de la producción, el transporte y consumo.  Se presentó como un intento de superación de los desequilibrios creados por la espontaneidad del mercado, y el mercado espontáneamente la destruyó.  No obstante, quedaron importantes avances de ese intento.

Leontiev, célebre economista americano de origen ruso, creó en el año 1925 la matriz input-output (insumo-producto) utilizada para la valoración de la economía nacional cuyo mayor éxito se consiguió en las unidades empresariales.  Hoy se ha constituido en uno de los instrumentos de lectura de procesos económicos.

La matematización de la economía condujo a la elaboración de esquemas y formulaciones que permitían aprehender el movimiento y, por lo tanto, establecer las tendencias de su evolución.  A partir de la utilización de estos instrumentos, de sus conclusiones y resultados, cabe la generación o programación de condiciones para los equilibrios requeridos.

Los países atrasados no ofrecen planes, programas ni pronósticos propicios para orientar motivaciones internacionales.  En lugar de ellos, al subdesarrollo se le impone confesar intenciones  simplemente,  confesarlas ante la suprema autoridad, el FMI.  La proclamación de enmiendas a los hechos presentes y a los que todavía no ocurren,  constituye la intención  que de ellos se exige y que se debe escribir.

La Carta de Intención es una promesa de comportamiento dirigida al director-gerente del FMI y con copia al Banco Mundial, al Club de acreedores o a cualquier club que pudiera formarse para bien del mundo.

Reclamar la intención  de los países desde los que conocen el camino  se vuelve otra manera pacífica  de organizar el mundo. Nos preguntan cuáles son nuestras intenciones, y como no las conocemos, pedimos ayuda.  Y nos dictan un borrador que mas tarde releemos hasta memorizarlo y disfrutar del convencimiento de que fue pensado por nosotros mismos.  Pero se trata de un formulario idéntico a cualquier otro de los que se distribuyen en los países del sur que rellenamos con los datos que varían de una a otra carta de intención.

La privatización de empresas, la venta de recursos del sector estatal, la  reducción de las funciones económicas del Estado, la desregulación a la siciliana, la estabilización de índices macros, todo se hace o se piensa a imagen y semejanza de teorías facturadas en los países desarrollados.

Los cambios propuestos son insuficientes.  Podrían ser menos lesivos, si la técnica de modernización incorporase representaciones de intereses nacionales en la estructura y organización del Estado y no se redujera a la traslación apresurada de recursos para monopolios privados.

La corrupta e ineficiente empresa estatal tiene su contrapartida en la no menos corrupta ni menos ineficiente empresa monopólica privada del subdesarrollo.  Esto lo saben los países del Norte que fueron capaces de crear toda una legislación anti-monopólica para impugnar esa forma de organización privada que desvía cualquier intención, mientras se solaza en el dogma de la mala administración estatal.  Y esto, de manera especial, lo hacen aquellos medios del poder que han creado y usado el gigantismo estatal y controlan la administración del Estado y la estructura de todas sus funciones.

La intención  de los tecnócratas automatizados es la de los dirigentes del mundo desarrollado.  Allá se elevan el nivel y la calidad de vida de las colectividades, acá se destruye la vida de generaciones atrapadas en la obsolescencia, en nombre de un mañana próspero que propicie el olvido del inevitable horror del presente.


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