La Tierra de todos

La tierra que cubre la sepultura es una.

La tierra que repleta una maceta es otra.

La tierra que produce el maíz y el trigo es una tercera.

La tierra imaginaria de la jurisdicción de Estado es una cuarta.

La tierra que aún no holla el pie humano es una quinta.

La tierra que reclama equilibrio ecológico es una sexta.

La tierra que condiciona la continuidad de una cultura es una séptima.

La tierra que fundamenta el poder feudal es una octava.

La tierra que se horada para extraer sus maravillosas entrañas es una nona.

La tierra que constituye el paisaje y sus perfiles es la décima.

La tierra-territorio que piden los pueblos que perdieron mil batallas es la undécima.

La tierra que se licua en los océanos es décimo segunda.

La tierra que descansa tras el verdor inaccesible de la selva es la décimo tercera.

La tierra que el sol quema por la ausencia de ese verdor es la décimo cuarta.

La tierra que el tiempo congela es décimo quinta.

La tierra que se enciende en el magma volcánico es décimo sexta.

La tierra que la historia escoge como escenario es décimo séptima.
La tierra que justifica, o no, todas las batallas es décimo octava.

La tierra en la que vivimos es infinita.

Esta sola e infinita es la de todos y además la centésima, la vigésima, la décimo cuarta…  la primera.

La tierra es el polvo, se dijo, de todas las cosas.

La tierra en su totalidad es solo un punto del espíritu (también se debe haber dicho).

La tierra que hay en cada uno de nosotros nos pertenece menos que nosotros a ella.

El espíritu que pondera cualquier tierra supone su infinitud.

Pensar una de ellas es no desconocer las otras.

La tierra pensada no puede ser mutilada sino a condición del sufrimiento. Los hombres, los animales y el viento suman su voz.  Y ella grita y  calla.

La tierra es del ser humano, su otro cuerpo superior.


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