Una ideología es dominante, porque sus acepciones se convierten en lugares comunes del lenguaje en la vida cotidiana, y es ideología en la medida en que expresa la exterioridad, la apariencia.
Los opuestos estatización-privatización, consolidados como ideología circunstancial, son protectores de la gestación de un proceso distinto: la transformación del Poder, el tránsito hacia el capital fundamentalmente financiero que a comienzos de siglo desató una fuerza de dominación en el mundo y que hoy en los países subdesarrollados aparece como medio de internacionalización de sus economías nacionales.
El paso hacia la economía mundial tiene su disputa también en el seno de la conciencia social. Los argumentos aún están marcados por cierta sumisión, timidez o desaliento ante el pasado inmediato: está muriendo una noción de economía nacional que nació con el capitalismo y que se consolidó en los XX.
Somos espectadores de una disputa de mercado: la resistencia social a la desvalorización de los recursos del Estado y el acecho de compradores de ocasión, amigos o admiradores del gobierno-martillador que abarata todo lo que privatiza.
La solución ya no son las ventas. Se puede vender todo lo malo, feo y caro del Estado como lo quieren los inversionistas privados, pero la meta es organizar el Poder en las nuevas condiciones.
No se justifican per se ni el sector estatal de la economía ni la privatización, sino en el marco del desarrollo de las fuerzas productivas y el reordenamiento económico que tienda a suprimir la polarización entre la riqueza y la degradación social.
Los reclamos por formas de propiedad ceden ante las disputas por caminos de libertad en el intercambio mercantil, científico y técnico y por el derecho, cuya internacionalización garantice su ejercicio.
Sin embargo, las opciones del presente no versan sobre irresolutas formas de propiedad, sino sobre la transformación del Poder. Las formas de propiedad están transitoriamente resueltas. Aquí se observa un entrampamiento ideológico.
No está en juego únicamente la reestructuración del Estado que demanda la economía sino el reordenamiento del Poder (contenido real de la modernización) para su propia continuidad.
Esa es la senda por la que transita la mayoría de países de América Latina, el África y el Asia. No, los países desarrollados, porque en ellos el capital productivo tiene universalidad suficiente para determinar movimientos de globalización y la división internacional de la producción. En tanto, en el subdesarrollo, ese proceso no es posible sino a través del capital financiero.
El mayor riesgo en la Edad Media europea estaba ligado a los demonios, y estos no han concluido aún su contienda. Esa imaginación fabulosa fue la ideología del Poder, que no tuvo que ver ni con el cielo ni con el infierno, aunque la discusión sigue versando acerca de esos supuestos peligros. Tal, la discusión sobre la antinomia privatización-estatización, espacio que distrae a casi toda la inteligencia contemporánea.
Las épocas se identifican con las palabras de su principal ideología. Cuando la ciencia logra traspasar la superficie, cuando se abre una grieta, cuando entra un rayo de luz en la tiniebla, la visión parte las entrañas para siempre.
Pertenecer a pueblos dominados, colonizados, en los que el peso del colonialismo penetró hasta lo mas hondo de cada uno, pueblos en los que la dominación se regodea, permite «gozar» de la libertad de escoger entre el bien o el mal que nos presentan. Generalmente elegimos el bien, unos pocos el mal. No alcanzamos (o no debemos) advertir el fenómeno que está atrás de tanto bien, de tanto mal.
La sociedad en conjunto podría incidir en el régimen político que garantiza la reproducción del Poder a condición de transparentar la piel de estos nuevos tiempos.