La cárcel

Ayer cumplí doce años en prisión, me dijo. Y extendió la mirada sin horizonte a través de la ventanilla del avión. 

Fueron años terribles, la cárcel descubre la función del delincuente.  Si no fuese por el crimen no habría jueces ni policías ni políticos ni curas ni siquiera el infierno.  Hasta desaparecería el Estado.  Quedarían en la tierra los hechos, los buenos y gente como tú.  Y sonrió burlándose de sí mismo.

En ese antro perverso aprendí a dudar de la libertad de los de afuera.

La cárcel es maldición desde el principio.  Su callada misericordia se da en la intimidad.  Recuerdo a ese apuñalado que rogaba no le hundieran otra vez el cuchillo, quería morir lentamente, expirar como quien saborea el fin…  Debía haber tenido el corazón grande.  El cuchillo entró en él tantas veces  mientras le rogaban ‘¡muere, ya! ¡Acábate!’… ‘Para que expire pronto y no sufra’, afirmó el benefactor. 

Fue terrible.

En presidio es una blasfemia alargar la vida, se paga con el tiempo del encierro y la desesperanza.  La bondad acelera la muerte: nadie te enjuiciará nunca mas.  No serás malo ni bueno para siempre sino simplemente de arena que fluye hacia abajo, continua, irresistible, ineludiblemente.  Hacia abajo como un reloj que se vuelve cada vez que se vacía para descender en el latido de otro preso.

Aquella frase ‘el hombre es un ser moral’, los presos la entendemos de manera distinta, porque encarcelados somos la naturaleza humana desprovista del límite simulador de la voluntad.

La cárcel es un espacio sin fronteras morales, sin presunciones espirituales, sin juicios ni otro código que las relaciones de fuerza y debilidad, sin otra espera que el castigo y el perdón.  Allí se compra por momentos el alma de cada uno, si no te la quitan, al margen de toda ley, pero siempre en el marco de una sociedad que no se atreve a mirarse en nosotros. Allí la estética mayor es la muerte y con ella los estertores de la agonía, sin otro amparo que el miedo a la ex-carcelación, sin otra potencia que la de la maldición, sin otro amor que aquel que pasó.

La cárcel es una pared, del tamaño de la noche, un muro para las ganas de huir.

Para nosotros la verdad está en la obscuridad. La cárcel no es lóbrega ni luminosa, es material de la obscuridad, la interminable rutina diaria, una dimensión de las tinieblas.  Afuera, la noche te teme, puedes ser un rayo de luz, puedes hacer finitas las cosas. En la luz todo es finito.

El avión entró en una turbulencia y mi compañero de viaje apenas se inmutó para cambiar su mirada.  Y añadió como quien concluye, el mundo inorgánico es mas trascendente que la vida, va sin dejar de ser tal para siempre.  La cárcel te quita la piel y te descubre que el hombre es la forma inferior del tiempo.  Por eso tan cargado de cadenas, culpas eternas, sueños de presidiario, de todas las horas de la prisión, un instante.

¿Qué saben del tiempo de las penas las buenas conciencias que quieren aumentarlas…?

¿Cómo te llamas? -le pregunté- deseando que advirtiera mi interés por sus palabras.

¿Para qué?  Soy unos minutos de prisión.  Que eso te baste.

… Paso a paso se perdió entre la gente.


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