Elecciones USA: una conquista sin mañana

Las elecciones del 8 de noviembre en Estados Unidos, elecciones intermedias destinadas a asumir el zigzagueo de la política, reflejaron síntomas de transición en un sistema que ha organizado pronunciamientos electorales-guías en la conducción del Estado. 

Sus resultados tienen el componente de la oscilación política y esta vez el síntoma de otra cualidad para el régimen norteamericano cuya vitalidad se protege en la inferioridad electoral de Clinton.

El triunfo conservador (tanto de republicanos cuanto de demócratas- republicanos)  es el principio del fin del pasado.  El mundo nuevo no ha logrado conformar fisonomías políticas propias.  Las novísimas articulaciones económicas portan el viejo ropaje: es tiempo de conservadores.

Las corrientes políticas en gestación van tomando posiciones en novatas presencias e inesperadas funciones de los Estados, también del norteamericano, donde no están dadas por el arbitrio de su clase dirigente ni por el stablishment ni por la tradición imperial, sino por consonancias económicas que fluyen hacia la consolidación de ramas generadoras de recursos recientes, mecanismos de comercialización superados especialmente de factores tecno-científicos, la formación de macro empresas y los roles contradictorios y polémicos por asignarse a las armas.

Estados Unidos ingresa -justamente en este período- en la fase de ascenso en el ciclo: ocupa el primer lugar en la productividad del trabajo, fenómeno que redefine los vínculos mundiales de esa economía.  Por ahora, Estados Unidos no someterá el intercambio a los controles ajenos a la economía, sino al marco de la competencia que paulatinamente excluye la intervención militar para el intercambio, interés que insinúa Clinton.

Es cierto que el triunfo conservador amenaza los procesos de integración, pero también abre el camino para que estos se consoliden desde las entrañas de las economías que han de integrarse.

La formación del nuevo ordenamiento macro-industrial redefine perfiles diversos en la política, en las crecientes armonías interdependientes en busca de niveles científicos ligados estrechamente con el mantenimiento de los sistemas ecológicos e impone adecuaciones del proceso USA a las demandas mundiales, a pesar de sus ganadores republicanos.

La admisión de esa necesidad por parte de la Administración norteamericana, presidida por Clinton, y su disposición a firmar el Tratado de la Tierra, junto a una concepción ética que turba a los moralistas, más su simpatía por las minorías de negros y latinos y su impugnación a la discriminación fue pretexto útil para propiciar el revés.  Pero, al mismo tiempo todo eso es semilla de la que Estados Unidos también participa y del tiempo nuevo que la humanidad da a luz.

Clinton y Gore significan algo del reciente curso humano, aún sin política -por esto pierden-.  No pueden advertirlo los premiados republicanos y demócratas-republicanos  embriagados con su interpretación de la caída del Muro de Berlín, y el dogmatismo nacionalista.

La derrota electoral de Clinton es solo eso, electoral.  La coronación corresponde al pasado que a él le toca a cada momento representar en sinnúmero de fenómenos bélicos, económicos y comerciales.

Un despacho de EFE recoge una afirmación del Washington Post: «la política exterior es un termostato de la situación interna.  La nación se ha movido hacia la derecha y, como resultado, la proyección internacional se moverá hacia la derecha, aunque todavía está por decidir cuánto».

Por ahora, perdura la afirmación de Newt Gingrich, republicano laureado y poderoso, que «hay que jugar sucio». «En política lo importante es la agresividad».

Tras la desventaja de Clinton quedan formulaciones que crecen, recuerdos para no repetir tiempos muertos, celebraciones muertas, virtudes muertas, verdades muertas, fortalezas muertas en nombre de la humanidad que recorre el planeta con menos fronteras.


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