La neutralidad de los garantes

La declaración de Montevideo, si bien únicamente comprendió a los países garantes y a las partes del conflicto, se elaboró bajo la mirada del Continente americano, mirada de reproche y amplio llamado de atención que implica todas las relaciones interamericanas. 

La desvencijada mesa de los garantes resulta estrecha para el tratamiento del conflicto Ecuador-Perú.  Reduce y desconoce a la totalidad de interesados en la superación del conflicto, totalidad constituida no solo por los dos países sino por América, que debe evitar que las poblaciones de Ecuador y Perú se envilezcan espiritualmente ante la imposibilidad de encontrar una salida al diferendo territorial.  El Continente no debe permanecer de espaldas ante ningún problema interamericano, menos aún excluido por un problema potencialmente bélico.

Han desaparecido en el mundo las circunstancias en las cuales podía estatuirse un número de países garantes  de cualquier presunta solución.  Hoy la garantía está en el derecho internacional, sus instituciones y principios, y el reconocimiento global de los Estados.  Lo que el Protocolo de Río de Janeiro estableció para el procesamiento de las diferencias no ha podido resolver nada durante 53 años.

En estas semanas, cierta alarma se apoderó de los espíritus, porque añadir a la peligrosa decadencia del subdesarrollo latinoamericano la degradación política y la guerra, desataría antagonismos agazapados y conduciría a esta región al estallido.  Los garantes se han movido de una postura en la cual concedían todo a las posiciones peruanas hacia cierta neutralidad. La «neutralidad» de ayer equivalía a contentar a Perú, hoy la noción de neutralidad de los garantes requiere que ellos mismos renuncien al encubrimiento de su impotencia jurídica y escasez de atribuciones para resolver el problema. 53 años de flemática apatía, de imperturbable indiferencia bastan. La función de ser países garantes agoniza y con ella su estéril neutralidad.  La neutralidad que los pueblos demandan no es la del silencio cómplice.

EE.UU. se ha regido por la permanente o circunstancial significación de factores políticos, militares, geográficos, comerciales que subordinaron el derecho internacional al arbitrio del mas fuerte.  Sin embargo, ahora admite que por sobre estos «índices justificativos» están las ventajas de la solución del conflicto. Chile, Brasil y Argentina se disponen a la neutralidad.   La guerra que antes se usó como templo para traficantes de armas, ahora es desperdicio y advertencia que obstaculiza el libre comercio de los países y frena su propia competitividad.

El sistema interamericano está arruinado. El Continente exige armonía y ventajas mutuas para transformar las economías, las organizaciones sociales y estructuras estatales. Se debe transitar a nuevas relaciones y atribuciones institucionales que respondan a los sistemas mundiales de la economía, la información, el derecho y la resolución de los conflictos.

La solución no provendrá únicamente del derecho, de la correlación de fuerzas y su historia.  Están en juego, además la sicología presente de los pueblos y de sus élites, sus ancestrales convicciones, las tendencias de la evolución social y los impulsos con que la imaginación protege la paz y la guerra.  Para todo esto es indispensable la neutralidad superada de los garantes y su comprensión de que solo un ámbito mayor  puede contener esas dimensiones.

La resistencia victoriosa de las Fuerzas Armadas del Ecuador es el factor decisivo para la neutralidad que estamos alcanzando. La diplomacia ha sido su voz.  Aún estamos en esta fase.


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