La precisión es un imperativo no solo de las denominadas ciencias naturales y exactas, sino de todo el saber humano.
La política expresa un conjunto de relaciones cuya capacidad de influencia depende de la pertinencia que los tiempos otorgan a su posible formulación y de espontáneas circunstancias para su práctica. La etapa previa de cualquier, puntual y adecuada exposición política -especie de pre-política-, no suele contener ni corresponder a la exposición que trasciende en el movimiento social.
Las imprecisiones tienen dimensiones diversas. Por ejemplo, una, cuando el PRE y el PSC llegaron al «escandaloso pacto parlamentario»: un personaje importante, queriendo echarle agua a la hoguera, afirmó que se trataba «solo de una estrategia». En rigor, concibió una estratagema o quizás, la táctica de ocasión. De inmediato, la influencia de esas declaraciones fue tal que quienes conjuraban el satanizado pacto, comenzaron a defenderlo por ser «estratégico». Así lo hicieron los aliados del célebre político, con lo cual hundían mas aún la comprensión de ese transitorio juego, porque lo ubicaban en el destino de la evolución del poder -o al menos- de las fuerzas que gobiernan una parte del Estado.
Algunos dirigentes y candidatos eufóricos por la cercanía del poder y acosados por el conflicto, trataron la desmilitarización de tres destacamentos ecuatorianos en el Alto Cenepa como sinónimo de entrega. Comenzaron a impugnar el hecho por la palabra (falsamente) equivalente.
La desmilitarización de esos destacamentos ubicados en la zona donde el Protocolo es inejecutable cumple los objetivos de suspender operaciones bélicas para dar paso a soluciones diplomáticas.
Los observadores tienen la misión de observar, no de separar fuerzas ni de receptar destacamentos, únicamente dar fe de la reconcentración de fuerzas y proteger técnica y moralmente el cumplimiento del acuerdo de Itamaraty.
La noción de «entrega» condujo a la de «claudicación». Ecuador y Perú enfrentaron exigencias para optar por la tregua. Entre otras, la de detener la confrontación a fin de no destruir sus economías. Aquí, se vislumbró el fantasma del pánico bancario, pocas semanas más de retiros hubiesen dejado al sistema en la quiebra.
La situación en el Perú habría sido igual y quizás peor, porque ahí al subdesarrollo extremo se añade el resquebrajamiento del poder, lo cual se agrava por el atraso de la élite política, la corrupción de la cúpula de las fuerzas armadas y los medios de comunicación peruanos que fisgonean la disputa con el Ecuador como fans prepotentes de una camorra previamente ganada. La intransigencia del Perú se agudiza en este derruido andamiaje que la auspicia.
Bajo condiciones internacionales adversas, la diplomacia de un país, la más avanzada o las más atrasada, no puede hacer más de lo que le permiten sus reales recursos económicos, el aparato financiero y el poder de sus Fuerzas Armadas, y no solo en el corto plazo, sino en el tiempo de consumo del potencial de guerra. Solo si el factor internacional se mueve en sentido positivo para la solución, la expectativa mejora.
Las confusiones de las palabras estrategia por estratagema o táctica, desmilitarización por entrega o abandono, el prurito de resistir reducido al arbitrio individual y no a la voluntad y al potencial material de una sociedad, son equívocos pero no de la lógica, sino del antojo de interpretación y la vestimenta de motivaciones o intereses distintos de los que se exhiben.
El Protocolo de Río de Janeiro nos ha detenido en el pasado. Tiwintza y la desmilitarización nos enfrentan al futuro.
La política es una disciplina exacta cuando responde al movimiento social y si no es desperdicio que ocupa el canasto en el que trajina diariamente.