Solo cenizas hallarás relata el encuentro de una pareja generacionalmente desigual. La relación está sumergida en la agonía. El drama se desenvuelve en el esplendor que sus actores creen haber tejido. La era consumida se va.
Un momento antes, la literatura resuelve la continuidad de esa experiencia inmersa en la memoria generosa, en el «riquísimo tiempo del vacío» al que arriba el hombre cada vez que parte hacia el presente, vacío de culpas, inculpaciones y nostalgias, condición del saber y el progreso humano, libre de conocimientos endurecidos y de placeres tormentosos que impiden el acceso a los saberes frágiles sobre las nuevas horas. Ese vacío que el cuento anuncia es el triunfo de la continuidad, es el espacio del renacimiento, la supresión de la venganza, la posibilidad de un sitio para el pasado que fundamenten otras alegrías y pesares y revalúen lo vivido.
El cuento de Raúl Pérez Torres es una miniatura maravillosa de la literatura, ajena a la técnica de la metáfora, vivifica una realidad tangible, directa, homologable. Y sin embargo, el cuento es una metáfora crecida en las rupturas impuestas a las edades colectivas, ruptura que despide a dos generaciones. Ella, adulta de «ojos desilusionados como desvaídos por el tiempo» (…) «de sus malditos años sesenta, de no se qué guerrilla»; y él encantado cediendo al fulgor final del fuego.
Ella y él son el Eros de la época que declina y que aún ansía sobrevivir. La unidad lo alimenta, pero Eros existe en la ruptura… Existe para escindir la historia y seguir… Esta vez la medida de la relación no es en años sino en épocas. El límite es la cualidad de esta pareja que lo representa y que la parte en dos, en la vieja época que se ha ido y en el no-ser que su inexistencia deja: «qué son ustedes, me decía (…) ‘son monjes del vacío’ (…) viven al día porque el pensamiento no les alcanza para el otro (…) tus tristes poses de estar más allá (…) ustedes han llegado al momento de la nada intelectual». El amante se agiganta para admitir que era «un momento en la ceniza que iba quedando y que (…) la estábamos recogiendo para que ella calentara un poco su corazón».
Las épocas (y los seres vivos) cuando van a morir amontonan cierto horror al vacío, proyectan imputando al acontecer la propia situación, su razón como necesidad no viable, la ausencia de sentido práctico, el sin-sentido del inventado devenir. Ella exclama: «ustedes tienen una especie de humorismo trágico (…) centrado solamente en la emoción, en el estado de ánimo, en la ironía. (…) A nosotros nos asombraba todo, íbamos de asombro en asombro, de descubrimiento en descubrimiento, de búsqueda en búsqueda. ¡Asómbrense de vivir, carajo!». La exclamación es de horror ante la presentida fatalidad que acecha.
«(…) su cuerpo era un abismo (…) un abismo de sortilegios y de hechicerías que me iban llevando en el aire hasta la sima de esa época».
La época aprendió que «el venado cuando se ve perdido se deja morir (…) Le estalla el corazón». «El simulacro de los años» dejó a la época «desarticulada», «sin ánimo de enfrentar este riquísimo tiempo del vacío».
El arte aporta soluciones creando vida. Raúl Pérez lo hace con esa enorme bondad y talento con que contempla la condición humana. Ahora, su mágica criatura nos pertenece, es parte de nuestra riqueza.
La universalidad de Solo cenizas hallarás ha convocado los reconocimientos que el cuento merece. El Ecuador incorpora en su literatura esta metáfora de los tiempos y el nombre de Raúl Pérez Torres, todavía «conducido de la mano por el diablo y dios».