«Desnudamiento…”

En el respaldar del asiento de enfrente encontré un texto que lleva el título de esta columna, escrito por Luis Alberto Luna Tobar. Alguien lo había extraído del diario Hoy. Su lectura me embargó durante todo el vuelo de Guayaquil a Quito, y pude reconocer otros tiempos en sus palabras. Lo leí como sigue:

 

              Somos social y políticamente muy hábiles en desnudar víctimas y vestir santos. Sobran palabras de canonización de lo miserable y complicados exorcismos contra lo simplemente impuro, indecente. Pero tanto la alabanza pagada como la persecución rentable, se entienden en el servicio a una enfermiza actitud social de desnudamiento exhibicionista. Pretendemos que el pueblo requiera que las víctimas se exhiban desnudas y que los verdugos comprueben su capacidad de expoliación. A nuestras víctimas también les fascina desnudarse, tal vez en la esperanza de que «nuestra justicia» le revista con los votos de honor de las deshonestas mayorías. A nuestros verdugos les fascina desnudar. Hasta ese objetivo llega su habilidad y su oficio.

            Mientras tanto, desnudo, victimado, exhibiendo su hambre, su paciencia espartana, su serenidad, su esperanza a punto de agonía, el país, el pueblo, el hombre de la calle y el hogar, la mujer de la brega anónima y de la nobleza fiel, pretenden dar la cara por la nación delante de testigos excepcionales. Los componentes de la «cumbre», que llegaron a la nuestra para pronunciar discursos conocidos, para afirmar acuerdos prefabricados y jamás acordados; para consagrar en términos de altura las más académicas protestas contra los dolores sociales de los que viven en bajío; para perseguir la corrupción con la corrompida pasión de los grandes gastos en las grandes reuniones de exhibición; para referirse al narcotráfico sin acordarse de los más poderosos culpables de él, que son los consumidores y gestores internacionales, siempre ligados al poder político; para tener el coraje viril de criticar los gastos públicos que endeudan a los pueblos, desde la firma endeudada, que es la misma que llama «mi pueblo» al que lo endeuda… Todo es desnudamiento exhibicionista.

            El país íntegro, como conciencia colectiva y como organismo viviente con capacidad autónoma de reflexión y crítica ha llegado a conclusiones terminantes sobre esta impúdica pasión de desnudamiento, con la que se quiere vivir nuestra historia, analizar los hechos que la demuestran, criticar a las personas que la realizan, responder concientemente a la noble exigencia de cambio justo y desarrollo noble. Si nos han enfermado de «voyerismo» -pasión frenética de espías desnudos-; si solamente en la exhibición de virtudes canonizables o de pecados repugnantes hacemos historia, debemos iniciar otra época, gestar otro espacio de identidad, cambiar radicalmente la actitud y responsabilidades revistiéndonos de dignidad, arropándonos de solidaridad honesta, acumulando valores limpios sobre nuestra realidad, que es simplemente válida en cuanto honesta, poderosa en cuanto libre y justa.

            Terminemos radicalmente con el exhibicionismo y el desnudamiento. Rompamos con la pasión de servir ambas anormalidades a través de los «medios» de comunicación social que incomunican y destrozan la unidad cultural y el realismo social presentándonos el placer del desnudo impresionante como máxima aspiración y logro. Si queremos desarrollo, seamos justos con nosotros mismos: seamos exactamente claros, no nos vistamos con lo que desnudamos a los demás, ni pongamos en el desnudo ajeno toda nuestra aspiración.

 

Ahí termina su descripción de la moral de ocasión y también de la real. Por un momento pensé que ese texto podía haber sido escrito hace dos mil años, cuando se concibieron los principios cristianos desde una enorme determinación humana. Pero no, pertenecía al sábado 9 de septiembre de 1995.

 


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