El candidato adicional

En procesos organizativos renovados, toda jerarquía preserva instancias de alta calidad diferenciadas por jurisdicción, competencia y funciones exigidas desde una elevada dirección.

Jamás se conoció liderato fecundo erigido sobre la degradación de los subordinados. Equiparar lo subordinado a lo cualitativamente menor es síntoma de descomposición de un sistema.

Los exponentes de cambios en la evolución social exhiben y son también la suma de las virtudes de otros.

En Ecuador, un sector del poder no demanda cualidades mayores para quienes figuran segundos sitios dentro de candidaturas reales. La pretensión al escoger el nombre que rellena la papeleta presidencial es mínima y además simulacro de alianza, disfraz de reconocimiento a distintos, considerados tales según la procedencia regional, por ahora, inevitable formalismo. Resulta suficiente que el escogido sea (o aparezca) inferior al líder. El mando reconocido se reduce al arbitrio-show del jefe, a su voluntad, a un tipo de gesticulación heredada que brota del corto pasado inmediato y no obstante de la vieja estirpe del poder que declina y obscurece.

La ruina de la estructura estatal evidencia la pérdida de facultades organizativas y funcionales en todos los niveles, lo que se expresa en el carácter excedente que se le atribuye a la función de vicepresidente o en el repudio a su exagerada presencia.

El síndrome-Dahik ha influido en la selección del candidato a la vicepresidencia del sector que antaño lo inició y auspició. Ahora, debe no mostrar cualidades mayores, sino disposiciones menores, opacas y algo del montón. El candidato añadido ha de poseer ánimos secundarios y ambiciones nulas. Y, sobre todo, no tener ninguna representación que no sea la cedida por el predestinado a presidente. El candidato apéndice está obligado a jurar que carece de voluntad, comprensión, iniciativa y luz propias, que per saecula saeculorum se sujetará exclusivamente al primero; su inteligencia no será otra que la que le permita mantener la buena predisposición de quien es la providencia de los desvalidos; su aspiración, solo la prestada por el que sirve arriba, y su brillo, reflejo exclusivo del mismo superior que lo escogió.

Esta caricaturesca concepción de la jefatura y la jerarquía invade la decadencia de todo el sistema político. Semejante remedo y boceto de potestad impuestos al rango del candidato a la vicepresidencia harán que el tamaño del jefe sea tan irrisorio y tragicómico como ha sido frecuentemente el lucimiento de la arbitrariedad. Las facultades absolutas, que se arrogan ficticia o realmente círculos que resuelven la suerte de las mayorías, se afirman y se aprueban por la adulación y mentira que inconscientemente aplauden en sus inferiores.

La ofrenda del sacrificio otorga acceso al triunfo. Quizás por esto el candidato accesorio (incluso siendo virtuoso) deba ser sacrificado. Todo exhorta a su rendición y reivindica la opción de su premeditada inferioridad. Así queda demostrada la superioridad del candidato presidencial ante el vencido, reducido y subyugado. El candidato agregado no será un super-vice-presidente y esto basta para el entusiasmo de los fabricantes de imágenes de líderes presidenciales decididos, enérgicos, resueltos.

En el ocaso de la actual forma de Estado, la ideología que define las relaciones entre el vicepresidente y el presidente ha matematizado su certeza en una razón inversa: mientras peor sea la apariencia del vicepresidente, mejor será la del presidente. Esta convicción elevada a la categoría de principio de moda se ha impuesto en las esferas encargadas de servir al pueblo: aquí, quién manda es el presidente.

El actual Estado y su diseño de la autoridad individual y colectiva están en decadencia.


Publicado

en

,

Etiquetas: