Tiempo sintomático el nuestro que auspicia elevar la política, la reflexión y la voluntad. Invoca y enriquece la conciencia.
La resistencia militar en el Alto Cenepa alentó el espíritu colectivo, ubicó al Ecuador en mejores condiciones ante el conflicto territorial, y la experiencia de unidad atizó la disposición a la historia.
Igualmente, el no en la consulta fue una revelación. Un no al cambio especulativo de representantes de usureros y monopolios agazapados. Con el no el pueblo denunció el uso del atraso y expresó su determinación de ir a un cambio trascendental, no a los espejismos que los «buenos negocios» prometían al sí.
También han estallado los andamiajes de las economías nacionales. A esto se añade este ancestral subdesarrollo cuya crisis potencia el resquebrajamiento, donde encuentran asidero todos los prejuicios que contradictoriamente ocultan e interpretan los vínculos de la declinación que nutren doctrinas y dogmas cómodos y vulgares. Este conjunto de factores se superpone, aúna y secreta obsesiones ideológicas sobre la crisis, doloroso amasijo de incomprensiones que guían el entendimiento, el lucro y las ganancias fáciles, la pauperización masiva, el deterioro de la calidad de vida.
Al gobierno que preside Sixto Durán Ballén le correspondió representar el aspecto más negativo de esta decadencia. El es exponente de la descomposición del Estado y sus funciones, le toca jugar el papel feo, malo e ineficaz, drama que de tiempo en tiempo la evolución encarga a grupos sociales y a ciertos hombres.
Al Ejecutivo y a su oposición oficial les ha correspondido desempeñar el papel de la ineptitud, la obsolescencia e impotencia, no obstante, sus poderosas convocatorias políticas. El gobierno no ha alcanzado a entender que había sido reducido a privatizar y representar empresarios. La nación quedó sin gobierno. La función legislativa ha perdido toda iniciativa. La política judicializada y su contraparte, la función judicial politizada, al parecer han agotado la desdicha de esa práctica que fabrica celebridades con exitosas denuncias que vienen desde las muñecas de trapo a los gastos reservados. El viejo Estado ha sido decapitado.
Están en cuestión una economía estancada y un proceso empresarial enredado en arruinadas nociones políticas y económicas.
Es imperativo abrir un cauce para el discernimiento social y agrandar la libertad de elegir para contar con mandatos y mandatarios mejores. Los votos son mayoritariamente reflejos de inversiones publicitarias que ocultan la intención y restringen la libertad del ciudadano. Bajo el régimen actual no es posible escapar de la elección de representantes menores. Deberíase democratizar el sistema, la propaganda y el gasto electoral, y proteger la salud de la inteligencia social e individual, porque un afán sometido exclusivamente al mercado o al resultado de las encuestas, incluso siendo colectivo, resulta desgraciado. La intuición del pueblo no basta en las actuales condiciones. La libertad es quehacer permanente y no algo que se conquista una vez y para siempre.
Los medios de comunicación colectiva -polivalente presencia disminuida por no ser objeto de crítica ni de autocrítica- pertenecen a los recursos y debilidades del subdesarrollo. Frecuentemente invierten sus esfuerzos en una ruleta electoral que posee un solo número real y varios simulados.
La política relaciona intereses: no es una disputa entre buenos y malos. La ruina se da por el entrampamiento en trabazones y reciprocidades envejecidas que impiden el accionar mancomunado de fuerzas y el avance de una cultura con fundamento en las tendencias de la diversidad y en la comprensión democrática de la evolución del escenario mundial y del Ecuador.