El gobierno exhibe cierta dualidad en su política económica que oscila, con principios distintos, entre los pedidos del poder y los de los demás. Lo sucedido con el Banco Continental (su «estatización temporal») es síntoma de que una es la administración ante el régimen bancario y otra, frente al resto.
Este «resto» siente que va al garete, los costos sociales enormes y la recesión para mantener un «equilibrio macro» desvinculado de las demandas productivas y alimentado de prejuicios, reinauguran el permanente debut para organismos internacionales.
De las desventuras del Banco Continental -se diría- ninguna le pertenece. Según su Presidente, el Banco «(…) no ha tenido, no tiene ni tendrá ningún problema ni en su solvencia ni en su liquidez». No obstante, el Banco Central ha acudido a ese préstamo subordinado que significa temor, cuando menos, sobre el manejo de los recursos de los depositantes en esa continental prosperidad. ¿Qué hizo el banco con el dinero de los depositantes? ¿Por qué no se permitió la absorción de este banco por otro mayor?
La economía especulativa se engendra en la desconexión de los sistemas financiero y productivo y bajo la protección de la creciente doblez de principios, cuando se ve afectado un sector cada vez menos financiero. El no al proteccionismo, a los subsidios, el monopolio y la estatización se quiebran ante el primer suspiro celestial de las finanzas.
La acuciosa administración de la Junta Monetaria y el Banco Central se presentaron en este caso como formidable «garantía». Tan eficientes, porque esta vez demostraron que respecto del sector financiero, el Estado opera como su seguro privado. Es decir, olvida «lo imprescindible» de la privatización y ofrece las ventajas de la estatización temporal. Siendo esta la realidad, es necesario también pensar en desprivatizar el Estado.
En un país subdesarrollado, la versatilidad demostrada por las autoridades monetarias se debería entender como válida para todos los sectores y evitar que -al serlo únicamente para un grupo del sector financiero- resulte doblez doctrinaria, reflejo del atraso. Y esto, más allá de los tecnicismos con que se engalane.
El préstamo subordinado al Continental alcanza la mitad de todo el dinero destinado a reactivar al sector productivo (un billón de sucres vía CFN), a tres mil empresas sujetos de crédito con tasas que rebasan su rentabilidad. Equivale al 90% del alza de sueldos obtenidos por «presión de las protestas» y por «falta de pantalones», según afirmó un candidato. Corresponde al 10% de la reserva monetaria internacional. Supera 25 veces la totalidad de gastos reservados enjuiciados. Ese préstamo representa aproximadamente la cuarta parte de lo que el Estado debe al IESS, en cuyo caso, no están en juego 240 mil depositantes, sino la seguridad laboral de más de dos millones de ecuatorianos.
La reestructuración del Estado, y mas aún la del poder, exige conciencia de los intereses en juego. Dejar intactas estas estructuras y, a la par, anteponer a estos intereses los de «los pobres» -«la gente»-, «los trabajadores» es jugar con la inocencia como disfraz y reiniciar la repetición de la doblez en la política.
El pueblo está de espaldas a estos acontecimientos. Únicamente en la ruleta está su destino. Solo es posible «tener fe, mucha fe para ser feliz hasta el año dos mil».