Es más que resultado de un pronunciamiento electoral, síntoma de explosión social.
Inicialmente, su presencia triunfante señala un momento agotado de la organización política, de la economía y de la forma de Estado.
Reprimir tan gigantesca protesta, nombrando los pecados de Abdalá no es posible. Menos aún si, en esta judicializada política, el grupo envilecido por el lanzamiento de piedras tiene que mirar absorto cómo cada una de ellas se convierte en bumerang que vuelve y golpea como una maldición sus presunciones.
El graffiti «entre el crimen y la locura, ¡la locura!» entraña la búsqueda de ruptura respecto de una viciada inercia del poder.
Abdalá suena a himno de muchedumbres marginales, incluso a profundo desacuerdo de lo tradicional con sus líderes «cuerdos» y «serenos».
La trágica desproporción en la distribución de la riqueza y la ausencia de una política para el desarrollo han esterilizado al conjunto de la sociedad y dan fin a un perfil de los monopolios especulativos.
Parece locura contraponer a la «racionalidad» de la pauperización y a la creciente impotencia social, la alianza de un sector del poder -y su conciencia de la imperativa transformación- con la esperanza del milagro que cabalga el estruendo social.
Bucaram es también expresión de protesta ante el desconocimiento de intereses fundamentales de la diversidad étnica, social, económica, cultural y política. Por todo esto, está obligado -lo que además constituye su convicción- a organizar un gobierno de concertación verdadera y no simulada, único paso desde el que será posible la reestructuración del Estado y la reorganización social de la economía.
Abdalá tiene en sus manos esa victoria. Si pierde, la locura será colectiva. Esta habrá saboreado la ilusión de vencer y estará dispuesta a hacerlo por los caminos que la invención popular abre.
La segunda vuelta no definirá pecados ni virtudes de los concursantes, sino intereses reconocidos e ineludibles.
Por ahora, desgraciadamente, pesan más las ocupaciones de la crónica roja y los «documentos» que generalmente incrementan la infamia. Están vigentes el culto a la cobardía, la pacatería, los «buenos modales», las recetas para soluciones-comodinesde todo problema.
La razón del poder enfrenta la irreflexión de su propia práctica, la de los miserables que comienzan tímida y paulatinamente a revelar una incuestionable disposición colectiva a enterrar la lógica de su empobrecimiento. Abdalá es uno de los productos de este anhelo.
Medios de comunicación involucrados en la animosidad anti-Abdalá, desconocen lo que sucede en el movimiento social. Se exhiben sumisos a la lógica cuestionada por los resultados y creen servir mejor luchando contra esa supuesta «irreflexión» de masas. Convocan a refugiarse en el miedo. No obstante, esta vez será mas fuerte el pronunciamiento del país a favor de Abdalá, que cuando el ‘no’ rechazó el intento de imponer el ‘sí’ en la última consulta.
Abdalá refleja la desesperación social, representa la disposición a optar por otros caminos, a correr el riesgo de buscar senderos nuevos, de recrear la imaginación de otra victoria. No refleja el silencio y la certeza de la agonía que tanto aplauden los intermediarios del pesimismo, de los escrúpulos aterrorizados ante el cambio.
La mayor fuerza de nuestra nación radica en convocar al espíritu de transformación del pueblo ecuatoriano.
El valor para enfrentar la decadencia cruza el polvo, el pantano y el agua; conoce la voluntad de vencer, las cenizas y el fuego en la historia.