El 25 de mayo se realizaron dos elecciones. Una, la de Francia, convocada por Chirac, para resolver conflictos tácticos y estratégicos que competen a la integración europea y a la contradictoria administración de su progreso. Y otra, la consulta que se realizó en Ecuador, destinada a soldar la ruptura constitucional del 6 de febrero.
En Francia, la información sobre el pronunciamiento del electorado se transmitió a pocas horas de concluida la votación; el censo escrutado alcanzaba la cifra de 32´992.580. Mientras en Ecuador, se leyeron como resultados los datos de una encuesta anterior y los del exit poll; después de varios días la información del escrutinio aún fenecía porcentual y parcialmente. De esta manera se supo lo que ya se sabía, «el sí ganó arrolladoramente», «el no perdió en todas las preguntas» y «el abstencionismo bordeó el 38%».
La consulta patentiza el terrible atraso del régimen electoral, atraso manifiesto, además, en la postergación parsimoniosa del escrutinio.
La consulta no ocultaba el desconcierto internacional que había provocado el golpe, e interpretó la trama de apariencias auspiciantes que requería, de suerte que el golpe se consolidó aunque a cambio de exhibir una creciente condena de oposición.
El espectáculo escenificó «la legitimación del golpe», imprescindible para pasar a un nuevo momento de variedades. El sometimiento de la voluntad social contaba con el «estado de la opinión pública», opinión inmersa en el «deslumbramiento» del golpe del 6 febrero. Se había preanunciado el triunfo requerido. Al fin, bajaron las cortinas exteriores ante un público seducido por creencias y conjeturas generalizadas. Atrás, las taimadas pasiones de la polivalente política descasaban victoriosas.
No obstante, cabría detenerse en algunas advertencias que contiene la consulta. El resultado trasluce antagonismos recrudecidos en el seno de la sociedad. Si se suman el ausentismo del 38% y el 15% de votos nulos y blancos, el porcentaje del sí no rebasa el 50% de los empadronados, obviamente tampoco el del no. Inclusive, añadidos los porcentajes reales del sí y el no respecto del padrón electoral todavía son una minoría.
Esto demuestra el quebrantamiento profundo de la voluntad política del pueblo ecuatoriano, su mirada escéptica y desconfiada del quehacer para el que fue convocado.
La consulta ratificó el statuo quo, legitimó al viejo poder, a pesar de cierto anhelo de un sector del sí de dar paso a un nuevo momento en la historia política del Ecuador. El no corresponde a un inmenso sector social de conflictiva identificación y que reclama una radical transformación del sistema.
Adicionalmente, se constata la desastrosa regionalización de la política, no desde la cultura, sino desde el antagonismo social. Los antagonismos de todo orden se dilatan aún mas en ausencia de soluciones fundamentales. Ellos invaden paulatinamente las disputas del poder, de un poder que en la historia no tiene moral, sino intereses por los cuales pone en tensión todas las pasiones humanas.La violencia se cultiva de manera irreversible, no es la característica mayor de lo sucedido en los últimos meses, pero podría ser del mañana.
La aprobación de la Asamblea Nacional -nombre superpuesto que ocultaba lo que disimuladamente se encargó la misma pregunta de definir con las características de Constitucional para eludir la Constituyente- es posible que reclame lo que el Congreso prometió el 6 de febrero, «mandatos» que la consulta no ha podido declarar inexistentes.
Además, para lograr una Asamblea históricamente significativa hubiese sido indispensable que se convoque una Constituyente, independientemente de las elecciones de mayo del 98, y se la anticipe para que ella dote a la nación y a los futuros mandatarios del marco estructural y constitucional del Estado que han de administrar.
Los temores de los líderes del 6 de febrero recelan que la Asamblea precipite el diluvio, no solo de reivindicaciones y reclamos, que no se estancarían en la legitimación del golpe, sino que ascenderían a partir del cumplimiento de los «si(es)» del 6, hasta prefigurar otra forma de Estado. Pero no, «los líderes» aún pueden volver sobre los senderos del probado control social para evitar el desate de esa tempestad.
El viejo poder suspira y en la penumbra engendra una Asamblea-clon del Congreso, y ha puesto a prueba las enseñanzas legadas al presidente Interino que, en estos casos, dado lo premonitorio de la propia consulta, bien vale que proclame (le advierten): después de mí, la Asamblea.