Re-unión PSC-DP

Durante los últimos años se ha tramitado una nueva relación entre el Partido Social Cristiano, PSC, y la Democracia Popular, DP, expuesta tibiamente en estos días por sus autores y escandalosamente, por sus opositores.

El concierto de estas estructuras detenta un tronco común, el cristianismo invocado por la política de la Iglesia Católica. Entonces se esgrimieron las Encíclicas (Rerum novarum, Populorum progressio, Quadragesimo anno, fundamentalmente), fuentes ideológicas en un momento del siglo ante el fantasma del comunismo que revolvía el carácter social de la Iglesia.

En Ecuador, esa política se organizó como PSC en 1951, en nombre del credo demócrata cristiano que se desplegaba internacionalmente, y luego se reprodujo por escisión como democracia cristiana (nombre original del partido DP). Algo semejante sucedía con el islamismo y el budismo que destacaron expresiones políticas usadas contra la idea de un Estado socialista. Mas tarde, al margen de esas posiciones, por el desarrollo de la ciencia, la técnica y el avance de la economía, se esfumó definitivamente el fantasma, lo que liberó a sus adversarios de falsas oposiciones, ilusorios programas y evidenció la sinrazón de su propia existencia. Los avances y modificaciones sociales que habían terminado con el Socialismo Real, han actuado extinguiendo las formas envejecidas del capitalismo (al que correspondía el social cristianismo original, sus variantes y su fantasma).

Negociación tardía la de la democracia cristiana y el social cristianismo respecto de lo que sucede en el mundo, pero temprana en este mundillo subdesarrollado, que aún puede negarse a ver esa entente. Desde 1989 -hito que sorprendió a la humanidad- no se cuenta con una concepción general que explique lo sucedido. Tampoco en el planeta se encuentra acabada tal elaboración que otorgue sentido práctico a la comprensión de este gigantesco cambio.

Ninguno de estos partidos reflexiona como antes. La DP incorpora de tiempo en tiempo palabras y categorías con las que continúa, recrea y reviste su práctica discursiva. Al social cristianismo le ocurrió una tragedia ideológica -que hoy no la conoce ni le importa-. Después de Camilo Ponce Enriquez modificó su base social: pasó de los terratenientes a los agroexportadores, antecedente de la mudanza regional del partido y del auge y control caudillesco de LFC.   La conciencia espontánea de ese sector, que no sabe nada de Encíclicas, tomó el partido en sus manos y aportó el pragmatismo de su pericia mercantil trasladada a la política que ilusiona a inmensas masas medias, muchedumbres marginadas y aristocráticos círculos de la élite.

Así, el PSC y la DP vaciados de los mandamientos eclesiásticos se reconstituyeron con los imperativos del ejercicio del poder, práctica común en la que se consumen mutuamente.

Los opositores imputan a la alianza (PSC-DP) quebrantamiento de principios y separación de la dogmática en las relaciones de la horizontalidad política, derechas con derechas, izquierdas con izquierdas, centros con centros, (para el pueblo la clasificación es vertical, los de arriba y los de abajo). Las recurrentes razones de la horizontalidad son débiles. El agotamiento de la noción del «enemigo» como cohesionante del partido y, de otro lado, el quebrantamiento de las prohibiciones axiomáticas a causa de los pactos, impresiona por real y sintomático. Ambas rupturas podrían llegar a ser positivas, si anunciaran con su práctica otra unidad superior y el fin de la decadencia de la actual organización social y estatal. Por todo esto, mas razón porta la alianza que la impugnación. Un acuerdo de partidos cristaliza con trascendencia si fluye viable moral y políticamente para iniciar un momento o para extinguirse con la época que simboliza.

Algunas evidencias conducen a concebir que la superación del régimen político y sus partidos significará negar por anacrónicos también al PSC y la DP.

El límite del PSC y la DP no radica en su reconciliación -independientemente de la evolución de los idearios que dieron origen y crecimiento a estas agrupaciones- sino en su irrenunciable imagen del mundo que agoniza. En la actualidad, aquellos cimientos ya no son banderas ni contenidos de discursos o prácticas. La imposibilidad de admitir y plasmar el interés general que rebasa al de cada uno de estos partidos y al de los dos sumados, sintetiza y reedita la tradición del atraso: tratos para elecciones y resultados. Pues, el social cristianismo muestra la rigidez de su techo electoral y exhibe erosión de sus líderes. La DP enfrenta problemas semejantes, no deja de ser un partido regional necesitado de la otra gran región del país. La nostalgia del convenio con CFP la redime hoy el PSC.

El vínculo internacional que la democracia cristiana aporta (y la Konrad Adenauer garantiza) no lo entiende el PSC, pero lo intuye, y es lo que no puede hacer florecer, ni con el apoyo de la Hans Seidel, por la estrechez ideológica y el parroquianismo de los círculos dirigentes de ese partido, lo que se agrava por el protagonismo inmediatista del PSC, siempre gobernante o cogobernantante y opositor, todo de manera sucesiva y simultánea, en los últimos 13 años.

La atonía de la coalición se subraya en la carencia de estos partidos de la espiritualidad indispensable para inspirar a la sociedad grandes realizaciones y utopías cohesionantes.

En Ecuador, se han planteado excepcionalmente compromisos post-electorales, ellos generalmente han sido y son pre-electorales. El minúsculo objetivo los enclaustra, permanecen acorralados por encuestas y votos, se encarcelan a sí mismos, olfatean lo que está cerca y así el inmediatismo resuelve. El Ecuador es pensado solo electoramente. Los proyectos y reformas se tejen para atrapar electores.

Las miradas de la DP y el PSC circunscritas a la estrechez electoral corresponden a una visión unidimensional de la política; sostienen con eficacia tramas de un pretérito que decae definitivamente, no los horizontes que contempla la conciencia y la dimensión de las fuerzas que demanda el aliento estratégico.

No obstante, el entendimiento PSC-DP tiene otros auspicios y fuentes: el exitoso ensayo de las jornadas febreristas, la preeminencia circunstancial del poder político sobre el económico, las caricias interinas del régimen, la pretensión de reducir electoralmente a Freddy Ehlers, ante su creciente fuerza que contrasta con la irrealidad de su circunstancia, la debilidad ideológica y deterioro de la ID y la derrota del PRE. Y todo esto, ante el pueblo sentado de espaldas a su porvenir, contemplativo y ensimismado en lo horrendo de su experiencia.

La unidad que reclama el país ha de pensar históricamente al Ecuador entero. Un arreglo que calcule únicamente ganar cada vez que hay elecciones o manejar sucesiones «constitucionales», a costa de las propias fuerzas triunfantes, alcanza pírricas victorias y anestesiantes derrotas que estancan al país, que no fecundan la historia y que penosamente exponen las entrañas de este deshumanizado y tenebroso atraso ecuatoriano.


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