Urge realizar registros de población, recursos, educación. Desarrollar la medición de la economía y precisar su entorno.
Entre la mirada social y la existencia, los números mejoran la visión y los conocimientos.
La realidad (no medida) observada al margen de la cantidad y evaluada (calificada) solo desde las ideologías es indefinible y confusa. Una realidad mensurable (o inconmensurable) dota al intelecto de un referente esencial para actuar sobre su evolución.
El desarrollo incorpora la cultura basada en la información numérica, en la cantidad como objeto concreto. La estadística es una de las bases de decisión en todos los órdenes de dirección social. Los números concernientes a importantes comprensiones y categorías e índices sociales han adquirido universalidad.
Al preguntar cuántos somos, hasta cuándo, cuál la cadencia y ritmos de nuestras cantidades, por qué ser -o no-, damos paso a una posible acción transformadora.
Cuando la sociedad se mide a sí misma se reconoce, redescubre su ubicación en relación a otras totalidades, aproxima su práctica al acierto y señala los caminos que superan el peldaño que pisa.
El Ecuador debe aquilatar sus magnitudes para que los vectores de las disputas tengan proximidad con el sentido práctico, para determinar ese punto del futuro (llamado estrategia) que organiza el presente.
En los años venideros hemos de acercarnos a las proporciones que nos conforman, con la profundidad que imponen las cantidades, los cuántos de las nuevas presencias, exigencias y procesos sociales que se han operado.
Tareas urgentes son la bioestadística y la reproducción social, en general; los procesos etnodemográficos, en particular; las migraciones; el mercado laboral; el censo linguístico; los enlaces interpolados de la población y los recursos; la gradación del medio ambiente; los volúmenes, amplitud y duración de los energéticos, materias primas; incluso podríamos afinar la disponibilidad del territorio para su múltiple población y establecer, al mismo tiempo, las cuestiones fundamentales que afirma y desafía esa diversidad.
El país enfrentó siempre un grave problema respecto de su espacio territorial. Este ser, en apariencia, fuera de nosotros, mutilado y ambiguo desde su extensión, constituye el ánimo poblacional e impone esa condición al identificarnos con él.
Es imprescindible devolver a la razón social la materia de su eficacia, la cantidad, en los intereses que representa, las fuerzas que la renuevan cuando nacen o mueren y la capacidad de medir su ejecución. El no-medirnos ha encubierto cierta esterilidad de las lucubraciones económicas, políticas, sociales.
Elevar la reflexión supone descubrir las regularidades de la salida del subdesarrolo, establecer las potencialidades de que se dispone, conocer las partes constituyentes del espacio (del cosmos al subsuelo) y la colectividad, responder a las interrogantes que diferencian nuestros cuántos y orientarlo todo hacia la senda del progreso.
Ponderar sobre la realidad sin cuantificar es especular estrechamente e invocar un adelanto vacío.
El análisis concreto de los fenómenos sociales y sus manifestaciones tienen antecedentes en la comparación. Desde allí una opinión acerca del sentido, incluso de la historia, adquiere mayor fundamento.
Interponer el número en medio del discernimiento, los objetos y la concreción social dota de adecuadas bases a la posibilidad de programar políticas, a partir de la visión de matices, tendencias y pronósticos.
Por esto resulta desastroso el espectáculo de actores sociales ufanos y agoreros de superficiales y adaptables lecturas de encuestas que, al desprestigiar el número y empobrecer la estadística, no sondean otra cosa que el atraso de una opinión predispuesta.
El Ecuador necesita redimensionarse, ser un objeto -como lo es-, conmensurable, para ser proyectado trascendentalmente.
Fuera de las cantidades todo aparece sin tiempo, la tierra, los recursos y la población; también, el pensamiento.