Y si llegara a vengarse…

El Ecuador resiste una situación caótica resultante de afluentes de la historia, el pretérito mediato y el actual interinazgo. Contener este caos por parte de los últimos que lo desataron en las jornadas de febrero luce poco probable.

Entonces, el trastorno había alcanzado niveles sorprendentes e intensos. Las circunstancias eran propicias para que los ganadores en vorágines convoquen sindicatos, gremios y cámaras a la anarquía. La consigna fue armar el pandemonio y urdir el laberinto. La promiscuidad de intereses se erigió en evangelio momentáneo. El mandamiento fue la confusión. Los organismos de poder local salieron de madre, alcaldes y prefectos ordenaron quebrar el establecimiento, sacaron a las calles a sus atormentados empleados. A los trabajadores del campo y las ciudades les atribuyeron estrechos anhelos. Las capas medias fueron crispadas. Los pueblos indios, alarmados. En el Congreso, cualquier pedido era bienvenido y bueno para armar y administrar la mayoría: congelamiento de precios, no-pago de la deuda externa, estado multinacional, constituyente en 60 días, no-a-las-privatizaciones, propiedad estatal de las «áreas y recursos estratégicos» y mucho más. El demonio penetró la comunicación colectiva y multiplicó muchedumbres. Las instituciones del orden optaron por el «equilibrado respeto» al desorden bajo el fulgor de sesudos, eruditos, leídos y escribidos. Así, el gobierno nacido del golpe fue -en apariencia- de casi todos, pero en esencia únicamente de los que habitan el casi.

Por ese camino el poder recreó su mayoría en todas partes, Corte Suprema de Justicia, Congreso Nacional, Tribunal Supremo Electoral, Tribunal Constitucional, comunicaciones, opinión pública; al interior de los templos de la banca (y de otros paraísos). Pero, debía restablecerse la mayoría de manera especial en el ejecutivo. El gobierno sería constitucional interino y no-socialcristiano. El partido del poder se volvió invisible, había prestado oídos a la conseja, el sabio y la vela por alumbrar a otros se queman.

De esta manera, reasumieron el poder total y dejaron que la gesta alumbrará solo por unos momentos a los que fueron convocados al caos. El partido del poder puso bridas, estribos y silla de montar a la presidencia y comenzó a cabalgar a control remoto. Todo había sido hecho por la gente en general («el pueblo», decían a ratos) cuyas lecciones, reivindicaciones y querencias estuvieron, desde esos días, a disposición de los intérpretes.

Los favorecidos por los heroicos días febreristas deslumbraron a Fabián Alarcón, quien «sin darse cuenta» y por «culpa de la fatalidad»   fue «sacrificado» en el cargo de encargado del poder. El contaba con la lumbre de los poderosos: protección, dirección, gratitud e instrucción, «hoy por mí, mañana por tí». Y de pronto… la desencantada realidad. La honda queja conservadora y las elecciones. La búsqueda de culpables, tarea principal de candidatos y de experimentados cazadores. La culpa del gobierno, la suya, sola, aislada y creciente. El gobierno sin padre ni madre, se abocaría a la desolación por el resto de sus días.

Aquí en la mitad del mundo, las elecciones exigen oposición, denuncias, incriminaciones, denuestos, calumnias,«porque bogas y no bogas», porque llueve y no llueve, según el decir de la «víctima» ante la vindicta pública.

Ahora Fabián Alarcón está íngrimo (no-desamparado),«abandonado» en la soledad del poder, habla en el desierto al igual que durante la Asamblea General de la ONU o la Unión Europea. Y para colmo, está acusado por sus auspiciantes de mentiroso, irresponsable, incapaz, sin correas, demagogo.

No obstante, el partido del poder está en campaña y El es el presidente ideal: puede ser acusado y a la par ser su presidente. Y nadie se da del todo cuenta… Las urnas se repletarán de votos famélicos por el poder.

Un ciego rencor se cierne por los rincones del palacio; llega al presidente y penetra por sus orejas. Cuando él descansa, es posible imaginar que se proponga decirles: «mañana les devuelvo la presidencia constitucional y dejo en marcha una que otra obra. Y les echo en cara mi valor y dignidad. ¡Sí! Y les diré: tomen su pendejada, a ver contra quien hacen la campaña electoral. Ahora, ¡gobiernen de frente!».

¿Qué sería?, Alarcón, en la historia.

Pero no. Alarcón es y «será presidente constitucional interino hasta el 10 de agosto del 98 y ni un segundo más». Así lo ha decidido el partido del poder. Este lo necesita. Le sucede lo que a las máscaras en tiempo de inocentes, no caminan solas, las transportan los rostros que disfrazan, hasta que el sudor las consume.

Por esto, cuando el poder golpea a Fabián Alarcón lo hace con cuidado, puesto que corre el riesgo de lastimarse o desnudar su propio rostro, y lo peor, podría despertar en él una respuesta terrorífica para el partido del poder, cuya cabeza se devana los sesos maliciando: «y si llegara a vengarse…».


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