Crear un nuevo Estado

Los intereses económicos, culturales, étnicos, regionales, reclaman espacios en el instrumento político de la nación. El derruido presidencialismo no puede ofrecerlos.

América Latina y Ecuador han experimentado el presidencialismo que ha devenido pequeño, imbricado con caracteres sobrevivientes de la Colonia y generalmente se ha resistido a los saltos que la producción de mercancías ha impuesto. El autoritarismo legitimado es uno de esos legados y el peor, la estrechez estatal para representar a la población en sus movimientos.

Se ha encubierto esta realidad vistiendo el presidencialismo constitucional de democracia y la dirección estatal no-constitucional de dictadura. Pero ambas han sido versiones de un mismo presidencialismo ex-colonial, de magra conducción política y permanente irrespeto al derecho. Esto y la diferenciación internacional que nos ubicó en el tercer mundo, estimularon antagonismos, callejones sin salida, operaciones sin destino.

La comparación con el presidencialismo norteamericano sirvió reiteradamente de argumento encubridor del rezagamiento de esta configuración estatal. Pero, es necesario advertir que ese presidencialismo se asentó en una sociedad relativamente moderna que al no poder esclavizar a los indios, redujo a la nada a sus conglomerados ubicados en un estadio anterior al capitalismo. Así, los pueblos indios, sus culturas, comunidades, idiomas fueron arrasados y de ellos no quedan sino las memorias. En cambio, al Sur, en países con elevada población indígena, entonces más avanzada, los indios fueron esclavizados, lo que trajo consigo enormes dificultades para establecer el capitalismo. Se instituyeron relaciones que superponían la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo. Esta es una de las explicaciones mas hondas de una parte del subdesarrollo latinoamericano. Nuestro presidencialismo y su democracia existió solo para los «mas progresistas». Atraso que se reproduce viciosamente.

En EEUU la diversidad étnica de hoy se da a partir de la inmigración. Incluso en el pasado, la esclavitud de los negros, por ejemplo, cuyo desenlace obvio fue la guerra de Secesión, constituye premisas de cierta homogeneidad y seguridad jurídicas que enfrentan choques ideológicos y culturales, pero en el andamiaje de un mismo momento histórico.

En los pueblos de alto componente indígena, en cambio, los indios son discriminados por afinidades económicas que mantienen su reproducción en estadios económicos anteriores, no son solo diferencias sociales, sino momentos distintos de la evolución histórica.

El presidencialismo norteamericano contó con un antecedente fundamental, haber incorporado desde sus orígenes los grandes avances de la revolución industrial, alcanzado representatividad, descentralización, encadenamientos funcionales adecuados a los tiempos, ideologías, ética y culturas auspiciantes del desenvolvimiento. Estos avances llegaron tarde a Latinoamérica, en particular, al Ecuador.

La débil integración de la base material del Estado ecuatoriano se manifiesta en su territorio indefinido, población desconocida en sus particularidades, lenta evolución de la economía, baja incidencia sobre la cultura y los vínculos sociales, inmadurez de sus clases. De aquí que una personalidad, exponente individual del presidencialismo, no pueda ser realmente significativa de esta diversidad.

Los vectores de la textura social están dispersos y sin atribuciones de articulación entre sí. La centralización que fue necesaria en la formación del Estado ha perdido vigencia, convertida en una causa del atraso y el aislamiento de unos sectores frente a otros. Desgraciadamente, la visión descentralizadora aún está teñida de localismos retardatarios que no emulan por el adelanto. Y aquí también están presentes las restricciones del presidencialismo.

La economía, por ejemplo, en la época del gran proteccionismo hizo -en muchos países- de esta política un medio de prosperidad y, en otros, de enriquecimiento sin desarrollo de núcleos oligárquicos. Y hoy cuando el objetivo de libre comercio debería conducir transiciones básicas tanto en la política económica cuanto en la reorganización estatal, se ha hecho de las aduanas piedra de toque de una moral indigente para garantizar competencias internas, por parte de esfuerzos empresariales secundarios, que deberían ser substituidos por otros de mas aliento y vocación por la tecnología y la productividad del trabajo.

El manejo monetario mundial, parcialmente nacional, debe orientarnos a incidir en el orden institucional que maneja la moneda. Asumir esta realidad iría reduciendo desequilibrios y acercándonos a una paridad constante. El carácter mundial de esta política es trascendental y debe utilizarse para que los efectos de la misma favorezcan nuevas estructuras y no sigan en manos de los mismos núcleos especulativos. La paridad y el poder adquisitivo constantes asistirían al cambio de la gradación del poder económico.

Esto exige rebasar el tradicional presidencialismo (en el «mejor» de los casos es «un hombre con pantalones y mano dura». Ridícula crítica propia de la inconciencia, pero sintomática de la índole del atraso, ridiculez que no pertenece exclusivamente al presente, sino que ha sido la comprensión desde que este Estado mostró su decadencia). No se mejorará mucho la contextura del Estado manteniendo el presidencialismo y concretando ideas buenas sobre el mismo, porque sería hacer de la caducidad una novedad. Por esto, 18 constituciones «fracasaron».

Ir hacia un parlamentarismo nuevo y nuestro sería crear la condición política de la transformación en la armazón del poder, y dotar de espacios que eleven la representatividad, renueven funciones y vínculos estatales.

Un aspecto central, quizá el mas importante es la condición ideológica del país. El presidencialismo reparado que se intenta no nace de ideas renovadoras que lo auspicien. Esa mecánica salvadora del acabado presidencialismo surge de la fenomenal catástrofe del funcionamiento estatal al que se rehabilitaría recurriendo a auxilios aún anteriores a los que han puesto en evidencia la vetustez de la organización política.

De la arquitectura estatal emanan factores de autoridad y personificación. El presidencialismo ecuatoriano ha desconocido procesos y los ha reducido a la voluntad del dirigente. De aquí el peso excesivo del voluntarismo en las interpretaciones de los políticos.

En el país, la ideología dominante y su control impregnan toda la vida social, caracterizan la pereza para el mejoramiento. Y están presentes desgraciadamente en sectores profesionales que reproducen esa supersticiosa ideología respecto del derecho, la medicina, técnica, y en conductas -individuales o colectivas- que muestran la postergación inconmensurable que sufre la sociedad.

Esto se refleja trágicamente en la política y la comunicación colectiva, en sus disputas, pasiones, afectos, desafectos, como si todos -y cada uno- escogiesen un enemigo, siempre «el peor», el más próximo al pantano para terminar siendo idénticos a él.

Es imprescindible salir de este presidencialismo estrecho y oscuro, donde ya no es posible ninguna virtud, para que la política no se resuelva en las cortes ni la justicia, en las élites políticas. Y nuevas ideas den paso a una moral de superación, la comunicación colectiva pueda depurar la criminalización de sus imágenes, palabras y la «verdad» no sea reducida a diversiones penales y las oposiciones o alianzas alcancen un momento cualitativamente nuevo.

Hay otras razones mas por las cuales se debería pensar en un tránsito a otra forma de Estado. Incluso, el golpe del 6 de febrero, cuando el poder se expresó a través del Congreso, fue posible también por los límites del presidencialismo. Una lectura de este hecho, más allá de sus actores, pone en evidencia la necesidad de conquistar una nueva cualidad en nuestra historia.

Experimentar un parlamentarismo condicionado por nuestras circunstancias, es mejor que reincidir en la armazón del viejo poder. Y quizá, simplemente, en este sentido, nos estaríamos anticipando al resto de América Latina.


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