¿Disolver la Asamblea?

Toda declinación ideológica adquiere peculiaridades maniqueas. Ante la inconsciente estupefacción social por la evolución, las envejecidas nociones se mutan en imágenes fijas y pautan adhesiones acríticas, posturas unidimensionales y ocultamientos de los intereses en juego. Sus actores disputan recitando un libreto escrito para la inocencia del subdesarrollo.

Los consensos que reclaman las ideas en ascenso pertenecen a propósitos estratégicos de grandes y elevadas dimensiones. La coincidencia desarrollada encumbra los intereses en pugna por el adelanto del colectivo. El entendimiento que rellena el vacío ideológico expone la disminución de la conciencia social. No expresa los avances del presente sino la imposibilidad de asumirlos.

En esta situación se tejen convencionalismos, ilusiones y potencialidades para la Asamblea Nacional que, dado el maniqueísmo, preexiste entre fuerzas confrontadas. Una, compuesta por el partido PSC, gobierno, Congreso y fundamentales instituciones del Estado. Otra, «los demás», que sin articulación alguna se predisponen a contrarrestar la incapacidad de las fuerzas tradicionales y, por último, la probable y latente resultante (política y organizativa) de ese enfrentamiento.

Si el PSC y el gobierno obtienen la mayoría, la Asamblea adoptará los ajustesconvenientes «para que el país funcione» con el mismo poder y algunos de sus representantes reformados en 1998. Será otro éxito de la élite y sus criaturas. De otro lado, si la mayoría la obtuviesen «los demás», la Asamblea podría asumir la cualidad de constituyente y dar curso a la disolución del Congreso y encargar a otra persona la jefatura del Estado. Lo que, en rigor, se entendería como una proclama, porque entonces, el gobierno disolvería la Asamblea. Y vendría lo imprevisible del resquebrajamiento de la estructura del poder y de la sociedad ecuatoriana. La paz social se sometería a la prueba de la arbitrariedad.

La paz nunca se rompe de golpe. Su quebrantamiento es un tránsito mas dilatado que aquel del fin de la guerra. Y cuando no hay conciencia que de paso a los procesos necesarios, entonces las tendencias despiadadas de los enfrentamientos son el espacio y el cómo ha de resolverse el porvenir.

El drama del desastre nacional no lo causa la droga ni la guerrilla ni la criminalidad común ni las pandillas y asocios codelincuenciales. La tragedia mayor desciende de un poder -erigido sobre fuerzas productivas raquíticas-, usufructuario del Estado (su Estado) desde siempre, y de la delincuencia oficial, las mafias financieras, el tráfico de recursos innombrables, la arbitraria disposición de la justicia, el manejo especulativo de la tasa de interés, la inflación y el crédito, la múltiple moral con la cual se conduce a la colectividad, los deleznables hilos de control social y cierto tufo de privado (para lucro particular) que posee lo ético, jurídico y político del stablishment.

¿Qué va a cambiar? El resultado todavía está en las urnas; las encuestas, los exit poll -y demás pretensiones de sustituir al escrutinio- no deben anticiparlo. De él depende la continuación o la disolución de ese intento, la Asamblea (fallida por muchos motivos ya, y ojalá que no asesinada, porque la mayoría no pertenezca a lo oficial).

Sin embargo, es posible que dado el carácter de estas «opciones» se plantee adoptar posturas intermedias, «no tocar al gobierno para cambiar algo». En cuyo caso surgirá otro peligro, la conversión de la Asamblea en copia del Congreso.

La Asamblea aparece entrampada en este tiempo de decadencia y puede ser convertida en tribuna del atraso y del «consenso subdesarrollado», impuesto desde la degradación política que contempla insensible la tempestad de los que están en uno y otro lado de la disputa mundial (brújula de siempre para la perenne y distinta actualidad) por la orientación del desarrollo; la jerarquía de las prioridades; la explotación y usos de los recursos naturales; la función de la población mundial; de su estructura, magnitud y densidades varias; de las lenguas y su papel; de percepciones guías de lo que ha de existir.

Los barrotes que le impiden andar a la Asamblea son los del pasado, pero su poderosa presencia los vuelve actuales y en muchos sentidos correspondientes a su futuro inmediato.

Sin embargo, de la desesperación de un pueblo sin dios a quien encomendarse ni diablo a quien vender el alma, brota la esperanza de la politización con sentido histórico que un día será constituyente de otros tiempos y contradicciones.