Prohibido prohibir

Hace 3000 años un legislador espartano advirtió: «el pueblo no obedece las leyes si no le dan ejemplo de obediencia los magistrados». Aquello no fue una lección sino un presagio. La profecía se ha cumplido en todos los tiempos. También, en nuestro país. Ahora se diría que en el horizonte solo acecha la desobediencia del pueblo.

Siglos atrás, con el nacimiento del dinero de papel, príncipes, feudales y reyes descubrieron cierta magia de sus voluntades: la impresión de billetes. Para cada caso el milagro emisor de su alteza resultaba prodigioso. Pasó el tiempo y los hacedores de ese dinero tuvieron que sufrir tremendos desasosiegos, antes de descubrir el significado espantoso de aquel comportamiento.

Tamaña arbitrariedad fue consecuencia del ineludible fetichismo del dinero, y más tarde del poder y su interesada incompetencia.

El método ha permanecido instalado en el Estado y sus funciones, en la justicia, en esa Inquisición insuficientemente conocida que se repite de formas distintas durante la evolución humana.

El método quedó en la fabricación y promulgación de leyes, en numerosas proclamas jurídicas semejantes a la emisión de esos billetes de banco cuya forzosa circulación no estuvo dada por el valor, sino por la correlación de fuerzas políticas que circunstancialmente se imponían. El método inspira el régimen tributario, hace de las suyas en los procesos electorales, subsiste en la comunicación colectiva, mora en todas las instituciones del Estado, reside en las monedas devaluadas y prejuicios dominantes que consumen las masas.

Durante estos días, en el Congreso, surgió una curiosa propuesta (perteneciente a la índole de esos fenómenos de antaño) que en el presente evidencian inconciencia y atraso tenebrosos. Al parecer, los proponentes (o el proponente) sugieren que durante algún tiempo, para que las cosas vayan bien con el Perú (supuestamente se trata de eso) no debe afirmarse que en Ecuador se haya dado un golpe de Estado y, en consecuencia, se ha de admitir el carácter legítimo del régimen o se ha de callar.

El presidente del Congreso ha insinuado -seguramente con el fin de ofrecer color a la pálida «disyuntiva» de su coideario- algún juicio político para quien no ha podido callar. Moeller olvida que esa institución jamás podrá realizar ni un solo juicio bajo su actual composición y relaciones. Solo podrá sentenciar o enviar a los tribunales de justicia a los que desee condenar, pero enjuiciar políticamente, jamás.

Legislar con dedicatoria individual caracteriza al subdesarrollo y a épocas pretéritas. Prohibir por ley hacer o no hacer tal cosa a fulano o a mengana, prohibir mezclar la luz y las tinieblas, establecer por ley que la luna es mas grande que una estrella por el solo testimonio de los ojos, corresponde a los absurdos voluntaristas del mando. Tantas presumibles prohibiciones conjeturan, por ejemplo, fundamentar la diferencia entre libertinaje y libertad, sabiendo lo móvil que es la frontera de esos conceptos, tan dependientes del ánimo del prejuicio como de los temores del poder.

Es comprensible que muchas fuerzas políticas consideren que la destitución del gobierno anterior se hizo por causas justificables. Lo incomprensible y repudiable es que los beneficiaros de ese golpe de Estado exijan que se admita el carácter legítimo de dicha acción. Peor aún es pretender que el golpe sea hoy un secreto del cual deba cuidar el Consejo de Seguridad Nacional. Ridiculez que alcanza la prepotencia cuando anda tras la inmortalidad.

La reconciliación de la moral con la política no se da para atribuir juridicidad a cualquier proceder, sino para reconocer que en determinadas circunstancias, incluso lo jurídico debe ser quebrantado en nombre de esa reconciliación suprema que impone siempre el progreso.

Si un error contiene una alta dosis de verdad se vuelve peligroso para esa jerarquía decadente, abrumada y asediada por triunfar en cada paso que da hacia su fin. Todo indica que ella no puede tolerar opiniones discrepantes por incapacidad para combatir sus propias disidencias. Una opinión equivocada puede ser tolerada, donde la razón es libre de combatirla (Jefferson). Si impera la intolerancia, entonces hasta el silencio llega a ser opinión contraria.

Es posible que pronto, en este país de tanta libertad decorativa -o entregada a condición de que no sea usada-, se tenga que volver a pintar lo que los muros de París exhibieron al inaugurar el nuevo curso del mundo en Mayo del 68: prohibido prohibir.


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