La verdad para la paz

El precio de la paz fue la derrota de las aspiraciones, invocaciones jurídicas y argumentos históricos del Ecuador.

Se cuestiona entonces el silencio sobre el precio de esa conquista, la simulación de una victoria y lo más grave, la negación del fracaso, cuya conciencia puede ser factor de progreso de las masas. Incluso, las utopías y los mitos impulsan ese crecimiento, pero las premeditadas ficciones son causa solo de degradación de las sociedades. Asumir la derrota predispone a engrandecer la paz.

El día anterior a la lectura en Quito y Lima de la propuesta de los Garantes, el Presidente de Argentina lo despidió a Fujimori diciéndole que no lo van a defraudar, según comentó el Presidente peruano. (El Clarín, 23, oct.).

Y así fue.

Fujimori reconoció el fallo que le otorgaba al Perú toda la razón en el contencioso. Estaba resuelta la fijación de la frontera bajo el auspicio del Protocolo de Río de Janeiro, el laudo arbitral de Braz Dias de Aguiar, los acuerdos de Itamaraty, los pronunciamientos técnico-jurídicos de la Comisión de los Garantes. Del lado del Perú estaban el derecho, la historia, la posesión real y las aspiraciones definidas como maximalistas, en muchos casos -por ellos mismos- y en pocos, reducidas al mínimo en algún rincón de la frontera, según la comprensión peruana del Tratado de 1942.

A las 10h00 de la mañana del 23 de octubre, el Presidente Mahuad y el Presidente Fujimori daban lectura a la carta de los Garantes. Horas antes, los periódicos O Globo de Brasil y El Clarín de Buenos Aires publicaban el contenido de la «propuesta» rompiendo el carácter de primicia nacional.

Mahuad acompañado del gabinete, la cúpula de las Fuerzas Armadas, los representantes de las demás funciones del Estado y de un amplio séquito palaciego afirmó que «Tiwintza pasa de manera perpetua a ser propiedad del Ecuador», lo que la publicidad oficial convirtió en «Tiwintza es nuestro». La ovación y las lágrimas de los presentes no pudieron ocultar la eficacia de la frase solitaria. Y, al concluir, declaró que aceptaba el pronunciamiento.

En Perú, Fujimori, durante una sesión estrictamente gubernamental escuchó del Canciller la lectura de la proposición. Al fin, tomó la comunicación en sus manos, y dijo que haría una declaración posterior, luego de analizarla con el Consejo de Defensa Nacional.

Al terminar dicha reunión, Fujimori manifestó que la propuesta era justa, correspondiente a los documentos jurídicos que garantizan la definición fronteriza con Ecuador y obligatoria para los dos Estados. Esto confirma -añadió- que nuestra posición de siempre ha logrado imponerse.

Informó también que a Ecuador se le entregaría un kilómetro cuadrado dentro de la zona de Tiwintza, para que su gobierno rinda homenaje a sus soldados caídos en territorio peruano.

Sería preferible que Perú se quede con ese kilómetro cuadrado y el pueblo ecuatoriano con el honor entero de Tiwintza. Ahora sí hay dos Tiwintzas -¡quién sabe si más!-. Una, la que defendió el soldado ecuatoriano que pasa a pertenecer a la soberanía peruana y otra, minúscula, que sin soberanía se concede al gobierno ecuatoriano para que pueda cantar victoria.

Las condiciones jurídicas de esa superficie de un kilómetro cuadrado son humillantes para el Estado ecuatoriano. Un terreno para contento de nuestras «emocionales relaciones» con Tiwintza bajo leyes de otro Estado. Mas vale la memoria sin ese kilómetro cuadrado, que ese kilómetro sin memoria de la historia.

En Ecuador, una intuición relámpago atravesó a la población. Los Garantes, se dijo, con su resolución (que a su vez confirmaba procesos de fuerza semejantes, en los que ellos fueron vencedores) han ratificado las consecuencias de la capitulación política y militar de Ecuador en 1941.

La disputa se desplazó: no entre los que quieren la paz y los que no se sabe qué quieren, sino entre ocultar el desastre histórico o reconocerlo.

Son comprensibles los reveses, fracasos, exterminios sociales e históricos, pero es inadmisible conducir a la población a desconocerlos, porque entonces se le niega la posibilidad de ejercer su mayor función, el renacimiento y la superación por otros caminos. No se debe disfrazar con laureles la consumación de este acuerdo.

El gobierno ecuatoriano está obligado a aproximar sus palabras a la realidad, mas allá de la apariencia que usa para beneficio circunstancial. Y aún podría hacerlo. Está de su parte la deslumbrada opinión de la mayoría de los medios de comunicación, la debilidad de la cúpula de las Fuerzas Armadas por la modificación histórica de su significado, la desorganizada oposición real al gobierno, las tibias y tardías diferencias entre quienes lo auspiciaron, las premeditadas encuestas para rehacer la opinión pública y la inmensa credulidad colectiva.

Un sentimiento de amargura invade a la nación, ha sido engañada. Se puede aceptar hasta la rendición. Pero aquí hay algo peor, una engañosa ganancia. La paz sí tuvo un precio.

¿Qué otra cosa se pudo haber hecho? Solo decir la verdad y aceptar esa paz nacida del entrampamiento. Ese es y será el reclamo.