En la picota del fin del derecho internacional

Las vicisitudes respecto del caso Pinochet son los prolegómenos de otra juridicidad, se enmarcan en un derecho que va más allá de las relaciones interestatales y que pretende ofrecer formas jurídicas a la universalización de una moral.

A la par, y aún antes, los nuevos vínculos y espacios económicos que emergieron y emergen con la transnacionalización de la economía adquieren relativa autonomía a pesar de los Estados y fecundan para sí la normativa que requiere su existencia planetaria.

Son desenvolvimientos que transforman paulatinamente el orden jurídico internacional en un orden jurídico mundial, que tiene antecedentes históricos, sin detenerse en las tradicionales soberanías. Así lo hacen la circulación monetaria, crediticia y financiera, la utilización de tecnologías, el empleo de ciencia como fuerza productiva, la generación de productos nuevos y comercialización bajo normas que rebasan esquemas circunscritos a jurisdicciones estatales.

Las demandas relativas a la guerra, protección de sistemas ecológicos, medio ambiente y, otras, de carácter económico han comenzado a adquirir expresión jurídica y surgen como premisas de lo que será la legislación mundial.

Pasos iniciales están en el tránsito del GATT a la OMC, la prohibición de pruebas nucleares, los trascendentes criterios sobre la utilización del espacio cósmico adyacente y la moral que se universaliza y pugna por alcanzar fuerza jurídica. Moral que ha logrado su mas importante exposición en la ONU, en su célebre Declaración Universal de Derechos Humanos.

Por la violación de estos principios Pinochet está en la picota mundial. Ha sido condenado por la memoria de los pueblos, no a causa de la regularidad internacional que fenece y menos aún bajo la soberanía de su Estado donde siempre ha sido inocente e impune según lo demuestran 25 años de amparo.

Las acciones militares contra el Socialismo no terminaron con este intento de la humanidad. El factor económico, y no el militar, puso en evidencia el callejón sin salida de esa forma de organización social y del propio capitalismo estructurado en las economías y Estados nacionales. Por esto, Estados Unidos reconoce que se equivocó al conducir a muchos ejércitos desde una estéril doctrina repleta de enajenantes temores. Esta es otra razón por la que hoy pueden ser señalados y condenados Pinochet y los ejércitos que actuaron en nombre de esa «causa».

Es la proclama de los derechos humanos la que gesta una jurisdicción planetaria, asidero ocasional (la condena a Pinochet es apenas un episodio) del movimiento hacia un derecho mundial que rebasará los acuerdos interestatales constituidos en virtuosas formulaciones que poco a poco evidencian los límites del derecho internacional.

Es posible que estemos ante una reciente redefinición del derecho que podría fundamentar la formación de tribunales mundiales por sobre la estrecha territorialidad que declina, y que muchas veces es frontera entre la inocencia y la culpa. En este sentido, ha de entenderse el enjuiciamiento planteado por esa conciencia en la historia que representan el juez Baltasar Garzón, la declaración de los Lores y la decisión política de Jack Straw.

Quienes condenan a Pinochet invocan la justicia viable desde el actual y aún incipiente destino de las relaciones judiciales; y quienes defienden al ex-dictador, el proteccionismo de la soberanía, donde Pinochet alcanzó cotidiana absolución.

Pensar la justicia solo en el marco de la soberanía es renunciar a la universalización de valores y del ejercicio del derecho. El viejo Estado ha sido y es espacio de la impunidad jurídica del poder.

Se consolida una voluntad forense correspondiente al actual estadio de desarrollo, en circunstancias de evidente senectud de la autoridad estatal y sus aparatos internacionales.

La fuerza que garantiza el tránsito de los atributos reconocidos al ser humano hacia su objetivo, implícito en el nombre, Declaración Universal de Derechos radica en la protección mundial. Así, el derecho cambiará su definición para referirse ya no exclusivamente al Estado, sino a las cualidades con las que el hombre mide su progreso.

En cada país crece un espacio, se diría, independiente del Estado para ese derecho sin fronteras que se impone por analogía como tal derecho y hace de cada país un garante de su ejercicio. Así, Pinochet puede ser requerido desde cualquier continente, acusado del silencio de seres humanos torturados, violentados, asesinados o desaparecidos bajo su administración.

Al nacer el Estado nacional se supuso que los gobernantes serían responsables ante su pueblo. Quizás, gobernantes y gobernados, y otros procesos estén en la antesala de una nueva rendición de cuentas. Pues cada nación y Estado no son sino algunas de las formas en que se concreta la organización de la especie ante la cual todos somos responsables.