¿Qué manda en el país?

Se replantea una pregunta tradicional «¿quién manda en Ecuador?». A Mahuad se le atribuye estar sometido al capricho, ilusiones y desventajas que le impone Jaime Nebot.

Y, a veces, a cierto exceso en proteger el principio de la inocencia -que por ley, se supone- en el caso de Fabián Alarcón. La pregunta debería dar paso a otra interrogante, ¿qué intereses mandan en Ecuador?

Adivinar «quién», en lugar de qué, entretiene, pero no descubre nada. Juega con «personalidades» para la crónica social, a veces roja, pero jamás va a la superación. Sería arbitrario reducir la «culpa» a mandatarios de los dos últimos años, víctimas y ejecutores de acuerdos, desacuerdos y de un diluvio de pasiones que exprimen todo el Estado.

El poder ha sido extremadamente cauteloso en el ejercicio de políticas de largo plazo. Su vigencia se ha disfrazado de frases, sentimientos humanitarios y triunfos que no suprimen ninguna de sus desastrosas consecuencias. No confiesan esas políticas, sin embargo, ahí están.

La política monetaria que «logra» la degradación permanente del sucre transporta décadas de devaluación. A veces, manejan bandas cambiarias, como quien pone anteojeras o extrae los ojos de las masas para que no sufran al ver ese decaimiento; otras, la flotación, que se suma a esas «técnicas acertadas» en su momento.

Política de Estado existe y existió en el incremento de la deuda externa con destino no productivo. Su perseverancia «conquistó» las «ventajas del endeudamiento agresivo», «las facilidades para reestructurar la deuda», «la útil renegociación adecuada a estas obligaciones» y últimamente la moda suena milagrosa, «la reingeniería de la deuda». Así, por este camino, las diversas formas de redefraudación del rentismo internacional -que constituye la deuda externa- han agravado la decadencia de esta cuasi democracia.

Política de Estado ha sido y es la desatención a demandas colectivas, educación, salud, desarrollo urbano-rural y más. Es evidente que la formación del individuo medio se ancló en vacuidades, prejuicios y temores a la libertad que convierten la ignorancia en sumiso polvo de oro.

El pueblo ha enfermado material y espiritualmente. Ahora, la miseria, la caducidad estructural y la crisis ensombrecen su cielo y lo alejan de los positivos estímulos terrenales. Un titular estremecedor que publicara el diario El Universo (febrero 14) Crisis provoca neurosis en la población pobre, reconoce los problemas de conducta, angustia y una especie de locura, aspecto mas violento de la impotencia de un pueblo.

Política de Estado ha sido mantener la esclerosis de la administración, convertir las empresas estatales -que en los años 70 generaran tanta riqueza- en fuentes de sorprendente lucro privado. Se ha gestado una élite enriquecida al margen de la producción, lo cual si bien ya existió durante el velasquismo -caldo de cultivo y semillero de este parasitismo-, las magnitudes de los recursos «privatizados» alcanzaron esta vez dimensiones que están fuera de la imaginación. De aquí surgió la élite que auspicia el inmovilismo con extraordinaria movilidad verbal y superficialidad. Podríamos preguntar a dónde fueron los 40 ó 50 mil millones de dólares del petróleo. Las fuentes de esta medición se arrogan un margen de error que bordea el 30% en los datos que aportan, y esto tampoco importa.

Política de Estado existe en la exportación del petróleo, desangre a semejanza de los países petroleros mas rezagados.

Política de Estado se vertebra en la despreocupación por el avance tecnológico y organizativo. También en la diferenciación extremista entre empresa estatal y privada en este sub-mundo, como si el progreso estuviese en la privada y el atraso en la estatal -cuántas veces en el siglo XX aquello no fue así-. Lo mismo se diría de la eliminación de subsidios.

Política de Estado fue mantener y usufructuar del déficit presupuestario. Ningún presupuesto llegó a ser jamás instrumento de desarrollo ni medio de redistribución progresiva de ingresos, sino mecanismo para la especulación y pago de la deuda externa. Cada vez que se lo equilibra, se lo hace a costa de la inversión social.

Fue política de Estado alimentar partidos políticos que jugaran al gobierno y la oposición. Sus dos pies. Su forma de andar y de presentarse gastando esperanzas, sembrando ilusiones y, sobre todo, cultivando la impotencia y desorganización social.

Ante esto, incluso la noción de sociedad civil termina siendo definición vacía. Se diría que ésta no existe, sino a condición de que el mismo Estado la ponga en marcha, porque carece de fuerza interior, solo la exterioridad le da vida. El soplo estatal la levanta. Entonces, opina, protesta o festeja, según el poder lo requiera.

La sociedad esta enredada en ideas muertas que gobiernan.

Los últimos exponentes (amigos y rivales entre sí) de esta agotada y despiadada dominación son en cierta medida, sacrificados por este tiempo, inculpados de un mal que no inventaron y que las constantes ponen en escena. Ellos sufren oralmente por los pobres y la clase media. Se derrumban en caída libre, por gravedad, sobre el sillón presidencial del subdesarrollo y del fin de una época.

Por todo esto, la sociedad pregunta no solo por el líder, sino sobre todo por lo que él personifica, por los intereses que lo auspician y que optan, incluso por otro actor (o actores) sin modificar el drama del atraso que está en el teatro del siglo XX ecuatoriano.

Las ideas que conservan este anacronismo son protegidas. Jamás una noción realmente contraria alcanzaría la divulgación que ponga en peligro esa tradición conservadora.

Mientras tanto, la abrumadora mayoría, montañas de arena invisibles para esos intereses, goza de la secreta libertad que se ejerce en la miseria. Espíritu libre, algo anestesiado, no guarda resentimientos ni amarguras, no tiene conciencia, apenas conoce del dolor desinteresado y echa, como si fuese al mundo o al fuego, su sonrisa. Eso que llaman locura. La maravillosa risa que se imita, contagia y sepulta.