Otra política, no solo pliego de peticiones

Los planteamientos de las cámaras en Guayaquil invocan algunos cambios en la política económica que, al decir de sus exponentes, significarían salir de la depresión. Y es posible que así sea.

Las cámaras que levantan su voz lo hacen obviamente desde un objetivo nacional, aunque en otras regiones ese clamor todavía no se manifieste.

El gobierno acoge y recorta las sugerencias de las cámaras igual que al receptar un pliego de peticiones.

Sin embargo, la dimensión de la crisis evidencia las reducidas ambiciones del poder y no de una que otra medida; la ruina de la estructura estatal y no la simple accesibilidad a reivindicaciones de todo orden; y la caducidad del sistema, de la casta política y no, únicamente, la estrechez del mandatario.

Lo importante no es la disputa sobre el lugar adonde «se convoque» al Presidente, sino precisar la política que debe substituirse y en cuyo nombre ha de convocarse a la sociedad.

Empresarios, obreros, técnicos, junto con otras fuerzas sociales están llamados a generar una alternativa histórica, base de poder de una nueva forma de Estado (es posible que se requiera organizar un Estado parlamentario, más representativo y eficaz) que haga de la producción el referente fundamental para la política económica, social, educativa, cultural, internacional.

La reactivación de la economía sin saneamiento y conversión del régimen bancario y financiero solo puede reeditar el ciclo del desastre. La circulación mercantil, distinta a la de la ruleta que maneja el poder, exige otra técnica monetaria. Financiar la producción no es lo mismo que dotar de fondos a la CFN. Esto ya se hizo en el pasado y los préstamos no llegaron a su destino.

Los problemas de transferencia, ampliación y renovación de equipamiento técnico de la esfera productiva deben encontrar tratamiento y soluciones en la política económica.

Tributos y aranceles deben estar vinculados a estrategias de desarrollo, no a montos de recaudación para financiar espúreos déficits. Es importante y urgente prever una política de endeudamiento en sucres convertibles y suprimir las demandas de sucretización por la devaluación permanente que favorece una falsa competitividad en la exportación. Un sucre duro sería fuente de inversión, no de usura.

Todos los niveles de la producción deben asociarse en y para la reestructuración de la deuda externa. Han de exigir que la política sea factor de avance y no amparo de quehaceres financiero-especulativos, encubiertos en la degradación del monetarismo.

El aparato productivo ha de involucrarse en la generación de condiciones favorables al progreso a partir del sistema de relaciones internacionales, despertar el control en la recepción y distribución de recursos, afanarse en la superación de sus propias limitaciones.

La victoria sobre la caducidad de la administración estatal no se reduce al centralismo, está en la creación de otra política que lo conduzca.

«Ya es hora de cambiar» merece ser una consigna, no el nombre de una circunstancia emocional. Las propuestas de las cámaras, al igual que los pliegos de peticiones y las «plataformas» de los sindicatos, cuando carecen de política, son (y han sido) funcionales a la continuidad de lo mismo. La transformación impone que los intereses de la producción sean determinantes, no un asiento ni dos ni tres en la mesa de concertación.

Desde comienzos de siglo, se gestó en el mundo capitalista la hegemonía del capital financiero respecto del productivo. Pero, en nuestro submundo, ese capital financiero que unió la banca con la industria no existe. Aquí, el capital bancario -este que es base del poder político- se ligó a los dados, la criminología, la crónica roja, la lotería. Por eso no fue fuerza motriz, sino freno. Este capital llegó del petróleo del Estado y se marcha con él. Sus migajas formaron la clase media que se pauperiza y el sector estatal en vías de privatización y festín.

El surgimiento de la globalización restableció en el mundo el equilibrio entre el capital productivo y el capital financiero, con una abierta tendencia hacia la supremacía de la ciencia como fuerza productiva directa, cuestionando la base misma del poder estatal tradicional.

Cómo, entonces, no pensar desde los intereses de la producción en algo más que ilusiones y modelos.

Lo que reclama el país para salir del atraso es otra política, no solo un pliego de peticiones.