La producción, fuera de la política del poder

La marcha del 8 de abril fue de los gremios de la producción. Protestaron contra las medidas económicas con planteamientos débiles y formas estrechas, lo que redujo el significado de la reclamación ante los ojos de la colectividad que proyectó en ellos sus propios deseos.

En pocas semanas, el gas quintuplicó su precio, la gasolina subió el 80%, la urgencia monetaria optó por la flotación y la devaluación superó por un día el 180%, el incremento inflacionario de precios bordea el 100%, la reserva monetaria líquida bajó centenares de millones de dólares, el sistema financiero se derrumbó afectado por vínculos y déficits, la banca fue paralizada para generalizar insolvencias e iliquideces y el feriado se transformó en cortina de humo tramada con inconfesables transferencias y recursos.

El 1% frenó la circulación del dinero, ahuyentó capitales, desató la desintermediación y devino factor recesivo de paso a la depresión económica. El miedo al mercado que condena al gobierno y la congelación de depósitos «resolvieron el problema». Quebraron innumerables empresas, la desocupación se impuso como enfermedad crónica y terminal. La población fue empobrecida. El Estado, decapitado. Así, los acreedores nacionales e internacionales se sintieron garantizados, tenían en sus manos esa cabeza.

La parálisis de la economía puso a prueba (se dijo) la hegemonía. El viejo poder demostró que aún controla y cuenta con la impotencia social, dispone de signos y prejuicios capaces de reducir y sitiar cualquier oposición real.

La repulsa del 8 de abril tuvo contenidos menguados.

Los manifestantes no hablaron, excepto en casos aislados, en nombre del país. La bandera que simbolizó la nación no fue suficiente para combatir y abrigar como lo hace una idea con mayor dimensión.

Esta movilización no creó una fecha secreta para mañana. No convocó a dirigentes del servicio público ni del mundo del trabajo «dorado». No halagó sus reivindicaciones. Y se disparó contra la burocracia y el sindicalismo de oro.

Las Fuerzas Armadas mantuvieron la disciplina. No optaron por la neutralidad, ante la diferencia de criterios entre importantes sectores del poder. El día anterior recordaron que «existen para mantener la unidad del Estado».

Las cámaras del resto del país no se sumaron. Los dirigentes gremiales marcharon solos, intentando capitanear una muchedumbre sin objetivo.

Tampoco la Iglesia estuvo presente. Los miembros de la Conferencia Episcopal no prestaron sus símbolos. Llamaron a la unidad y la resignación.

Faltaron los feroces líderes. No estuvieron los personeros de las ciudades ni un Alcalde en Asamblea ni los jefes de partidos. Guayaquil apenas se vio «espiritualmente acompañada».

No hubo una sola camioneta para transportar héroes al compás de los vítores de la masa.

No constó la banca completa, a la sazón, «dividida». Ni toda la televisión, también desmembrada. Ni la prensa «total», ahora distante, entre sí.

No hubo convicción ni imágenes ni cucos suficientes. Solo demandas amontonadas, observadas por masas contemplativas, no consideradas por la política del poder.

La protesta exhibió la tragedia. El instinto percibió la adversidad real del desacreditado poder que dejó pasar la marcha para reafirmarse.

Se podría asegurar que esa inmensa queja esconde algo de remedo (la manipulada creencia de que basta el descontento popular «para que el gobierno cambie»), pero no por eso, es menos trágica en su consecuencia inmediata, la de siempre, exhibir la impotencia popular y la ausencia de los intereses de la creación de riqueza social en la política estatal. No obstante, en las entrañas de la sociedad, ese grito humedece la semilla de la desobediencia.

Los hacedores del desarrollo -trabajadores, empresarios, técnicos y demás- deben aspirar a una administración que identifique la producción como referente de todo su quehacer y constituirse en alternativa histórica. Bajo esta condición podrán elevar su significación, salir del economicismo chato, de la lógica monetarista seudofinanciera y bancaria en la que están atrapadas también las cámaras, al igual que la colectividad que critica.

El 8 de abril un sector productivo pudo conocer sus límites y la impudicia que lo excluye.

Al expirar la protesta, los partes emitidos transmitieron: «Todo está en orden. Sin novedad, señor Presidente».


Publicado

en

, ,