Ecuador está atrapado en el pasado. Esa continuidad satura dramáticamente las publicitadas soluciones que carecen de trascendencia.
Un cambio culminante sería modificar el destino del endeudamiento (aún sin alterar sus fuentes) y recalificar a los sujetos de crédito. Un alto porcentaje de los préstamos internacionales deben ser directos para el sector privado, avalados por él mismo, sin necesidad de garantías de un Estado que permanece en manos de grupúsculos de poder y que ha convertido las obligaciones de un puñado bancario y financiero en las de toda la colectividad.
El crédito debe ir básicamente a la inversión productiva, potencial factor de reordenamiento social. Préstamos directos bajo condiciones de convertibilidad y garantías privadas serían un gran paso adelante. De esta manera, jamás se volvería a trasladar esas obligaciones a la sociedad por la fácil vía de la sucretización de deudas o las garantías del Estado, que termina pagándolas la población.
La respuesta del FMI, BM y BID será, por ahora, negativa. El interés por convertir a la propiedad privada en fuerza renovadora, aún no tiene vigencia en las relaciones de Ecuador con el FMI. Una distorsión convierte al país en objeto de especulación financiera. Su relación con estos deudores subdesarrollados les resulta ventajosa, de cero riesgo y de beneficios que caracterizan al concertaje financiero. Acreedores pueden ser el mundo desarrollado y las élites del resto, pero deudores, solo los pueblos, a través de ese submundo encargado de proteger esos créditos, el Estado subdesarrollado.
Están habituados a negociaciones fáciles con el Estado-proteccionista de sus acreencias, garante predilecto. El Estado atrasado es fuente inagotable de pago, aunque esto signifique paralizar el progreso y mantener una casta política incapaz, sumisa y enriquecida, socia de pagos correspondientes a la usura internacional.
Esos organismos financieros deberían mediar en la creación de relaciones de equidad en el comercio entre países ricos y pobres, pero no lo hacen, por la estrechez de sus funciones, y la falta de confianza en estos derruidos Estados, conocen de sus crisis estructurales y deleznables representaciones, pero los usan de manera rentable.
Ecuador desperdició los préstamos estatales en burocracia de oro, técnicos y estudios para archivo, construcciones inconclusas o mal realizadas, sobreprecios y compras en mercados preconcebidos. Así, se consumió la deuda externa. Algunas «obras» permanecen como un no-me-olvides de la tragedia.
La convertibilidad es posible, incluso bajo las actuales condiciones, más aún como un factor de mutación de las relaciones del sistema financiero con Ecuador.
Durante el mes de marzo, la flotación incorporó a la circulación medios de pago sacados de las entrañas de la ficción monetaria. La paridad llegó a 19 mil sucres por dólar. Cuando la desvalorización cuestionó al poder, se decidió extraer billetes falsos (papeles sin respaldo) de la circulación. La paridad del dólar bajó a 9 mil sucres, pero la técnica fue fraudulenta: flotación, feriado bancario y congelamiento de depósitos. En este caso, el delito lo cometió el gobierno: despojó a los depositantes. El ingreso y egreso de la moneda a la circulación atentaron contra la propiedad. Así, tras el culto a la propiedad privada se descubrió su realidad, existe solo en relación con la del poder.
La política monetaria puede alcanzar el objetivo de una paridad estable y el reordenamiento del poder económico, sin necesidad de expropiar a la población y deprimir la economía, aunque pondría a prueba la eficacia y competitividad del sistema financiero y empresarial del subdesarrollo. Si no lo hace la política ahora, lo hará la historia con su naturalidad.
Una gimnasia financiera y monetaria está reemplazando a la economía, la satisfacción de las necesidades sociales, la democracia, la libre expresión de una palabra libre. Esa apresurada racionalidad especulativa y el manejo de una bolsa de verdades ha substituido poco a poco los temas de la producción y la regularidad de la historia.
No es posible que Ecuador (y su Estado) tengan que depender de dos o tres préstamos del FMI, BM y BID. Eso es como permanecer amamantado hasta la edad adulta por un seno marchito.
El Estado ha de ser promotor de la producción nacional, debe mediar en la transferencia de tecnología, impulsar el cumplimiento de normas de calidad que les permita competir a las empresas.
El FMI y el Estado aún ejercen simulaciones para viabilizar una impostura de futuro.
La determinación internacional rebasa en mucho a los poderes nacionales. Actúa sobre receptores casi inertes, partidos políticos, empresas, medios de comunicación, estratos laborales, agrupaciones étnicas y culturales que matizan ideas, y quehaceres ligados al arbitrio de esa determinación.
El Estado mismo y su casta política no entendió la subordinación que caracterizó su existencia, no alcanzó a constituirse en Estado-nación y ya no podrá lograr la soberanía que antaño ofreció la historia a los desarrollados. La globalización pasmó el intento.
Incorporar algo de esa determinación en nuestro quehacer productivo aún es posible.