La historia es también la de las guerras. Su significado plausible en los grandes, resulta condenable en los pequeños. Así, se acoge a los vencedores.
Quienes miran la evolución social saben que las guerras obedecen a causas que la lógica no contiene, pero que determinan todo el presente: espacios de soberanía, intereses, búsquedas tecnológicas, mutaciones de la razón, memorias y amnesias dirigidas o espontáneas. Ni la imaginación aventaja las dimensiones que las guerras alcanzan y provocan.
El conflicto Ecuador-Perú nació con nuestra patria. El 41, Ecuador perdió la guerra y esa capitulación es el antecedente de un revés histórico, el territorio resultante, actual.
En el 98, un fracaso pasó en calidad de conquista: «Tiwintza es nuestro». Otrora parte del escenario de sacrificados combatientes ese kilómetro cuadrado, ahora en territorio peruano, se convierte en monumento al disfraz con el que los poderes de Ecuador generalmente trataron el diferendo fronterizo. Un día significará ese cuadrado la verdadera magnitud de la derrota.
No fueron los imperativos de la paz los que impusieron la frontera, sino los de una antigua derrota bélica en medio de nuevas condiciones internacionales. Estos factores e intereses se conjugaron para un resultado que no podemos eludir.
Todas las fronteras son resultado del choque de fuerzas y el Derecho las viste con sus justificaciones postreras. Nuevas circunstancias han relativizado las funciones del territorio por el aparecimiento de recientes fenómenos productivos, el paulatino desvanecimiento de los Estados nacionales y las nuevas dimensiones de la economía. Todo esto hizo posible ese «arreglo».
Los caminos de la paz se hacen de procesos de desarrollo. Pero cuando la pasividad encubre la decadencia, la paz es un simulacro que presagia violencia. Y se oculta, encadena pasos que van de triunfo en triunfo. De esta manera, el aplastante atraso mantiene al viejo poder.
La reproducción de la paz y su crecimiento precisa políticas, estrategias y destino conjunto para la vecindad de naciones y Estados. La paz requiere transparencia entre Estados. No de otro modo, Ecuador podría pedir a Colombia, Perú y demás países la misma diafanidad.
No debemos jugar a la alianza con uno y la disputa con otro, ni instalar «algo» en territorio ecuatoriano para «contribuir a resolver» políticas internas de algún vecino.
Los gobiernos de América Latina predispuestos a ver lo positivo de los acuerdos con el ejército norteamericano «en la lucha contra el narcotráfico» no dejan de «preocuparse» por las nuevas bases de EEUU en Aruba, Curazao y Manta.
Las interrogantes no se formulan exclusivamente sobre otros usos militares que podrían darse, también se pregunta por el sobrecogedor enmudecimiento del gobierno ecuatoriano, apenas roto por las autoridades norteamericanas al informar estar armando desde hace varios meses un sistema de pruebas para establecer si esa base es viable o no.
No cabría preguntar al gobierno ecuatoriano por las razones del convenio, que se entiende están en «el marco de la moral internacional», en este caso, algo menos o más que el Derecho Internacional. Y, sin embargo, ¿por qué el silencio del presidente de la República, en un país tan cargado de «prejuicios tercermundistas»? ¿O es que este silencio hace las veces de otra frontera?
El pueblo ecuatoriano no se planteará (quizás) rever sus fronteras, pero sí las comprensiones que las establecieron.
Toda política de paz es, al mismo tiempo, una política hacia las Fuerzas Armadas, como toda política de guerra es simultáneamente una política frente a la población civil.
Las reservas que cubren la base de Manta junto a las determinaciones que impusieron los límites con Perú y la ceguera ante las previsibles brechas que se abren con Colombia constituyen políticas de comprensiones unilaterales e inconclusas. Amenazadoras.
Hay desconfianza en la palabra del Presidente. Mayor es la sospecha sobre sus silencios.
Enfrentemos la construcción de la paz en todas las direcciones, la integración, la salida del subdesarrollo, el cambio de forma de Estado, la vetustez ideológica que conduce al país.
No más falsas victorias. Los disfraces sobran.