El vicioso círculo del poder

Ecuador en su corta evolución ha conocido los vaivenes de trascendentes exaltaciones y abismales caídas. Transitorias pasiones de dirigentes que representaron, a pesar de las circunstancias, la marcha hacia la voluntad colectiva.

El mayor orgullo nacional constituye el espíritu y la práctica de dos grandes revoluciones de nuestra historia: la de los próceres y combatientes hacedores de la Independencia, y la de Alfaro. Sus derrotas y victorias conforman la venerable memoria de la ecuatorianidad.

Las certezas del renacimiento o de la caída concretan y engrandecen el espíritu. Los premeditados inmediatismos y falsas ilusiones provocan únicamente descomposición en la vida social.

Lo peor del presente no es solo el fracaso del sistema (haber obstruido el desarrollo de las fuerzas productivas), sino la confabulación de diversos sectores que modelan quimeras de esta decadencia como si se tratase de una superación.

No está en escena un actor dramático, sino una máscara. Factura de un consenso que es -y fue- resultado de oposiciones entre idénticos. Las «oposiciones» de hoy dejan intocados los «logros» y la identidad del tiempo en que los «opositores» fueron aliados.

Todo mando decadente es limosnero del consenso recurrente y sin salida. Es el último biombo. Un llamado a compartir la responsabilidad por la desgracia social, y garantizar el enriquecimiento de pocos.

El consenso que persigue el gobierno convoca a los actores y quehaceres que engendraron esta crisis. Esto vuelve inútiles las «mesas y sillas de concertación», desgastadas en el círculo contaminado de la vieja política.

La administración ha perdido iniciativa. Considera naturales sus ventajas, cultiva el tradicionalismo vano y la inmovilidad. Para este poder, la «culpa» es siempre de los otros.

Al denominado «bloqueo» se añade un nombre, Mahuad. Y por ahora no es posible desmahuadizar el Estado. El «bloqueo» es un gran negocio para el aparato especulativo. La quejumbre en su contra, en esta búsqueda de «consensos» y discusiones superficiales, amontona la hojarazca con la cual se cubrirá la permanencia de la especulación, «éxito» de la política.

El bloqueo y el consenso están hechos de vehemencias insignificantes y deseos oscuros para los paraísos de un círculo de nuevos ricos de esta constitucionalidad.

La recuperación de Ecuador solo podrá nacer de fuerzas creadoras ligadas a la producción: empresarios, trabajadores y la diversidad -desgraciadamente, aún amurallada- étnica, cultural, regional que hacen este intento de nación ecuatoriana. Se deberá reestructurar el aparato administrativo, ofrecer nuevas comprensiones de los derechos civiles, individuales, ciudadanos. Asumir la organización económica para el desarrollo y forjar la ideología correspondiente.

Agotados exponentes partidarios circulan en los trajinados senderos que conservan un poder descubierto en su incapacidad. Se convoca a hablar, nadie escucha. No se espera nada. Es el teatro del absurdo. Es el bullicio de la política impuesta por la violencia monetaria y el derrumbe.

La crisis exige ruptura.

La ruptura es principio de libertad cuya cima se alcanza cada vez que los intereses históricos del progreso rompen (triunfalmente) con los del atraso.

La ruptura significa volver a caminar con la frescura de ideas e intereses con mañana.