La forzada espectacularidad ofrecida a los discursos del 9 de Octubre en el Cabildo guayaquileño puso en evidencia juegos tácticos del poder «financiero» que en el pasado auspició parcialmente a Febres Cordero y, en el presente, abrumadoramente a Jamil Mahuad. Son los recursos de la misma política que ha permitido a un sector bancario usar el Estado para sus fines privados.
La importancia de esa disputa es haber reflejado la continuidad de 20 años de lo mismo. No se ofrece una estrategia distinta. Solo que este momento es decadente. El país enfrenta la monopolización financiera y bancaria de impredecible desenlace.
León Febres Cordero insinuó la estrechez administrativa, técnica y moral de la política económica y del manejo de la deuda por parte del gobierno. No obstante, mantuvo silencio respecto de lo sucedido con La Previsora.
Mahuad no respondió a los argumentos. Destacó hechos para confirmar que él hace hoy exactamente lo mismo que el ex-presidente había cometido «acertadamente» en el pasado. La continuidad fue su argumento.
Ambos acudían a retazos de realidad en las impugnaciones mutuas. Ninguno alcanza a verse como expresión, como mandatario en el Estado, de un mismo poder «financiero» que ha llevado el país al desastre al impedir el desarrollo de sus fuerzas productivas.
De la palabra de los dos estuvo ausente la visión de un poder que decae y que es el que realmente administra y usa el Estado. De alguna manera, ambos son «víctimas» del éxito del poder que suprime toda comprensión social sobre la visión de su existencia y estructura. En su lugar, quedan individuos «llenos de virtudes y pecados» para la controversia y fanatismo del graderío.
La disputa Febres Cordero vs. Mahuad corresponde a un pugilato. Una polaridad imprescindible para el péndulo electoral, aunque ese no haya sido el propósito de ninguno de los dos contendientes.
La población ecuatoriana ha sido conducida a suprimir toda noción acerca del poder. En el lugar de la reflexión política se ubican sentimientos morales y estéticos que obnubilan y desfogan empequeñecidas pasiones.
Un aparato que monopoliza el control de la palabra y la opinión pública mantiene a la población en la anticorruptocracia.
Un gobierno encargado de privatizar estatiza la banca privada. Resulta fácil sospechar que algo sucede. Más aún, si el presidente de la institución modernizadora del Estado comprador preside el banco que se vende.
Este proceso de constitución de una especie de monopolio financiero y bancario en manos del mismo sector privado que controla al Estado privatizado por la banca no se cuestiona.
La deuda externa superó el PIB que se volvió decreciente. La degradación de la estructura administrativa es evidente. El sucre sigue en el negocio de la devaluación, la capacidad adquisitiva del salario cae, la desocupación crece, generaciones en edad escolar renuncian a la escuela, sectores de la población agonizan.
Pero, lo peor que le sucede a Ecuador ya no es este drama sino la impotencia social.
La dominación ha logrado aquietar el espíritu de las colectividades con dogmas y prejuicios por lo que desconocen y renuncian a la política.