Remozamiento del viejo orden militar internacional

Ha creado especial aprehensión y preocupación la noticia acerca de que el Comando Sur de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos traslada sus bases de Panamá hacia Ecuador (y otros destinos). Así se insinúa en la revista Jane´s Defence Weekly. The Worlds´s News And Analysis (Nº 32, 29 septiembre, 1999).

El suceso es síntoma de mutación de la geoestrategia destinada a adecuar el orden militar unipolar (enorme y potente rezago del pasado) a la globalización.

Las transformaciones que la ciencia y la tecnología imponen en la organización humana determinan, cuando menos, amoldar el régimen militar norteamericano a la naciente economía mundial que paulatinamente cuestiona el orden institucional precedente, petrificado en organismos multiestatales que han perdido el respeto propio y de las armas, su decadencia los convierte aceleradamente en venerables ruinas (ONU, OEA, TIAR y más).

La información de la revista es corta en comparación con las declaraciones que hiciera el general Barry McCaffrey en los primeros días de su presencia en nuestro país. Resultaba fácil deducir que la base norteamericana en Manta solo constituye el cerebro de la utilización y/o construcción de otros aeropuertos o puertos en territorio ecuatoriano, preferentemente en las zonas próximas a la frontera con Colombia. Parecería que ni Perú ni Venezuela ni Brasil ni Panamá ofrecen su territorio para los fines que se presta Ecuador.

Una guerra con Colombia tendría mucho de arbitraria y produciría inútiles recordatorios. A esas arbitrarias guerras se opone la naturaleza de las guerras civiles, poderoso caos que de tiempo en tiempo la historia ha puesto en escena y que podrían desatarse contagiosamente en América Latina.

Ecuador asiste a un superávit de dolor, no conoce la guerra. Está siendo arrastrado a ella en silencio, lenta y temerosamente, de espaldas a su conciencia.

La base de Manta se manifiesta como uno de los signos del cambio geoestratégico norteamericano. Circunstancialmente, mezcla su potencial uso con una presumible guerra que al parecer está en marcha, según temores de Fuerzas Armadas del continente reunidas en Bolivia (noviembre, 99). Las nociones de la guerra fría -en particular, las de la Seguridad Nacional- aún mantienen su inercia y prevalecen sobre cualquier otra emergente, en el desierto ideológico-militar creado por los reordenamientos mundiales.

A pesar de su vigorosa y tiránica presencia, instituciones del pasado tales como el FMI, BM, BID, TIAR, OTAN cabalgan en la inercia paralela a esa unipolaridad militar. Pese al grandioso aporte norteamericano al proceso de la globalización en el plano del desarrollo e incluso de comprensiones fundamentales sobre el destino humano que, entre otros estadios del progreso, gesta la economía mundial, potencialmente reductora de las grandes brechas entre países ricos y pobres.

El Ejército es la institución que históricamente concentra depurados perfiles de la simbología de una época y la esencia de las fuerzas dirigentes. El nivel técnico de las armas define la organización, mientras el poder precisa y fija, según la ocasión, al enemigo. Todo conforma el teatro privilegiado de pasiones, juicios y prejuicios que cohesionan las estructuras bélicas.

Las economías nacionales germinaron hace 500 años. Y los Estados, correspondientes a esas economías, se gestaron en acontecimientos mas próximos: la Independencia de Estados Unidos, 1776; la Revolución Francesa, 1789 y luego las guerras de la Independencia de América Latina y el resto del mundo, hasta hace pocos años.

El siglo XX ya comenzó cuestionando el carácter nacional de esas estructuras a partir de propósitos multinacionales o internacionales de fuerzas armadas bajo mandos unificados. Los bloques militares del mundo y sus respectivos acuerdos así lo definieron y redujeron (no por desarrollo), aún antes de la globalización, las soberanías nacionales.

Hoy, los ejércitos pierden justificación en los espacios exclusivamente nacionales. La globalización reclama estructuras armadas distintas, no internacionales, sino globales lo que no significa necesariamente mayor amplitud, sino mayor concreción en la creatividad que pueda asignársele a la fuerza dentro de la economía mundial, lo cual contradice la tendencia de la sobreviviente unipolaridad militar.

Por esto, las Fuerzas Armadas norteamericanas actúan readecuándose a un movimiento de la historia que también cuestiona sus envejecidos objetivos y sistemas de control, particularmente, en América Latina.

Fuerzas armadas de países desarrollados consolidaron circunstancialmente demandas y ofertas científico-técnicas. Sin embargo, los ejércitos dominantes generalmente no han sido la condición mas influyente del progreso. En ocasiones camuflaron desastrosas degradaciones, desde el curso forzoso de monedas ficticias, hasta violentos saqueos de recursos en pueblos y regiones.

Por el contrario, los ejércitos dominados no han tenido el mismo rol. En el caso de América Latina, después de sus heroicos orígenes en las guerras de la Independencia, la diferenciación internacional los ubicó en sectores atrasados y subordinados. Consumen tecnologías e ideologías de desecho, protegen inconscientemente la caducidad de soberanías que apenas existieron (ahora sorprendidas por la globalización que también las cuestiona) y a grupos del atávico poder desvinculados de las necesidades del desarrollo.

Estas fueron causas principales en la degradación de los ejércitos del Cono Sur. El Departamento de Estado norteamericano ha repudiado ese delictuoso período al abandonar a Pinochet (lo que entraña su denuncia), critica también la ideología militar que alcanzara su apogeo durante la guerra fría y de la cual aún no escapan plenamente ni las USA Army ni su relación con América Latina. Por supuesto, se busca influenciar de manera distinta ante el precipitado envejecimiento de los antiguos controles que dejan brotar utópicos planteamientos, por contraposición a las relaciones hasta ahora existentes: «la OTAN latinoamericana» o la unión de Ejércitos de la misma región.

La presencia de Hugo Chávez y los procesos de renovación interna de ejércitos de varios países latinoamericanos y del mundo proclaman nuevas funciones militares de apoyo a sus pueblos, intentando alejarse de los ancianos grupos de poder.

Ninguna fuerza armada puede superarse a sí misma al margen de las estrategias del poder del que forma parte. A él le corresponde guiar la renovación de objetivos que la historia periódicamente exige. En Ecuador, la casta política que conduce al Estado es responsable de algunas condiciones de existencia de las instituciones. El régimen ha sido incapaz de políticas militares de actualización de sus Fuerzas Armadas abandonadas a la inercia de la tradición, a una participación axiomática en la lucha antidrogas y a algunos desperdicios de la guerra fría.

Las últimas participaciones norteamericanas en el Golfo Pérsico, en los Balcanes, incipientemente en Colombia son señales de inmadurez en la formulación de alternativas al reordenamiento geoestratégico, oculto aún en afanes morales, humanitarios o de lucha contra «el mal mayor».

Todavía, a las razones de la fuerza, no le mueve la fuerza de la razón, solo destinada a la memoria de pocos, a formar parte de la experiencia.