La crisis involucra la totalidad social. Ya no basta la voluntad de los dirigentes para el porvenir. Emergen fuerzas superiores, el caos y la naturaleza de las cosas. Cuando una crisis no tiene salida, el caos resuelve, Ecuador transita esa circunstancia.
El gobierno ecuatoriano está de rodillas ante la denominada comunidad financiera que usa su disposición a la servidumbre, encubierta por una urdida «opinión pública» que calla o se escandaliza, según las circunstancias.
La casta dirigente se agotó. Esto se expresa en el territorio resultante de las derrotas militar del 41 y diplomática del 98; en la conversión del Derecho Internacional a los criterios vinculantes; en la suplantación del escenario económico mundial por el FMI; en la marcha de la paz con el Perú hacia la potencial guerra con Colombia (probable e incipiente contenido de la «amenaza islámica» que impuso el cierre de la embajada norteamericana en este país y en ningún otro); en la contracción de la economía; en el «pensamiento» económico que acuna la especulación, lógica única del poder; en la moral que yace anticorrupta; en una opinión ciudadana usurpada. Es la tragedia del fin de esa clase apropiada del Estado y auto-promocionada desmesuradamente.
Los adláteres del presidente alientan y usan periódicamente en su defensa la anestesia de embajadores, condecoraciones, telegramas, emisarios del FMI, BM, BID, amigos del Congreso norteamericano, íntimos de alguna academia de sabios para que pidan consensos y afirmen que el Presidente es intocable.
El Presidente ya no necesita consensos. Ha logrado todo lo que quiso del TSE, del Congreso y la Función Judicial (libre de toda sospecha). Todo le fue dado. El barril del petróleo se vende sobre los 20 dólares. No se paga la deuda externa, se aprobó el presupuesto. Se firmó la paz con el Perú. Ha asistido a todos los tedéum de rigor. Y siempre hubo consenso. Palabra maravillosa convertida en coartada.
La clase dirigente no puede seguir dirigiendo. Sus prácticas han fracasado.
La tragedia conjuga la sucesión que se discute con la inconciencia total del sector dominante. La alternativa se gesta en las sombras. El drama está allí.
Instituciones fundamentales están confrontadas internamente. La política de los especuladores devora el país. Algunos medios de comunicación colectiva suplantan instituciones del Estado. Las demandas de autonomías que deben ser resueltas por el pueblo en conjunto se pretenden desde apetitos provinciales representados o provenientes de la misma casta. Bajo este poder todo se fracciona y va estrechándose. En Ecuador ha caducado el aparato estatal del presidencialismo.
Un Estado parlamentario permitiría ajustes gubernamentales de acuerdo a las necesidades de una transición. Es imperativo crear condiciones para que la administración sea mas versátil, elástica, correspondiente a la práctica y el sentido histórico.
Se necesitaría otra Constituyente. Desgraciadamente, se van desgastando esas posibilidades. Si este poder proclamara ahora la convertibilidad, también la anularía.
Las crisis históricas siempre aportan «el salto». En este caso, podría ser la creación en pocas décadas de un sector dirigente ligado a intereses productivos, a demandas de los hacedores de bienes y procesos organizativos de administración política del territorio en términos mas eficaces.
Los últimos exponentes de una fase en la historia siempre son «decapitados», si no lo hace la naturaleza, lo hace la política.