Cuando el poder decadente se ilumina

La mayoría de jefes de Estado han personificado inevitablemente fuerzas económicas, terratenientes, exportadores y, en momentos, el equilibrio entre estas potencias sociales y otros grupos económicos que se articularon circunstancialmente en la historia del país. Pocos presidentes pueden ser definidos como representantes de los ecuatorianos.

Desde hace más de dos décadas, las fuerzas económicas se reagruparon en dos grandes trincheras. Una, los procesos productivos y, otra, el quehacer con dineros ficticios, papeles fiduciarios, sin nexos con la industria, la agricultura, el comercio ni el transporte, pero usufructuaria de los excedentes del petróleo y el endeudamiento público. Estas potencias especulativas engendraron el parasitismo financiero sin vínculos productivos, pero con inmensa incidencia en bancos y medios de comunicación colectiva. Se impusieron en la conducción del Estado y crearon una representación política cargada de ilusiones y eficacia práctica en la satisfacción de sus apetitos.

Hoy, este poder comparte la cumbre y el abismo. Se ha enriquecido a costa de las pérdidas que el pueblo ha tenido en su fase republicana.

Una constante de control social ha sido y es característica: no permitir que se advierta el interés económico que se realiza tras una decisión, tras cada suceso o tras el mandatario triunfante. La conversión de la reflexión política en esquema cuasi moral -que esteriliza el pensamiento- genera el velo. El control radica en no dejar ver al poder, y exhibir solo a su representante, imputable del bien y del mal. Así, reduce los acontecimientos al arbitrio de los buenos y los malos y oculta los intereses que determinan la naturaleza social del Estado.

Hace mucho que este Estado impidió el crecimiento productivo, envileció el espíritu y la comprensión social sobre el propio devenir de la nación y el pueblo. No requiere de ideas sino de prejuicios para la dominación. Y ha tenido éxito en esta práctica.

A comienzos del XXI, un fenómeno ligado a esta decadencia se pone en la escena política. Sus mandatarios ya no son exclusivamente «inocentes», sino además transparentes.

El Ejecutivo deja entrever los intereses bancarios y especulativos que lo manejan. El Congreso, reducido a las iniciativas del Ejecutivo, lo confirma. Ahora, el sector oficialista de la comunicación no se basta para la distracción que requiere el poder. El hombre común está preocupado por lo que realmente manda y toma decisiones, ha caído en cuenta que «su mandatario» no es suyo. Esto se ha dado muchas veces en la existencia del Estado, pero jamás se transparenta tanto como en tiempos de decadencia irreversible.

La estructura del Estado ecuatoriano se ha vuelto de vidrio. Cae en pedazos y son visibles las entrañas de sus verdaderas potencias.

Ni este Estado ni sus administradores deben rectificar nada para responder al interés que les auspicia, pero enfrentan el límite, la conclusión de una etapa que no pueden eludir ni superar.

En este momento, la ideología decadente reduce los conocimientos e incrementa las creencias. Se diría que todo depende de la voluntad, la magia, el horóscopo, la palabrería y los milagros.