La obsolescencia del FMI

La transición hacia una economía mundial descubre al FMI -constituido por representantes de diversos Estados, bajo la dirección del G-7 y, en última instancia, de Estados Unidos- en su absoluta obsolescencia, junto a organizaciones tales como el BM, BID, BAsD (Banco Asiático de Fomento).

Sus raíces están en el triunfo sobre el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. El FMI fue creado en 1944 por la conferencia de Bretton Woods. Se encargaría de regular la circulación monetaria y mercantil de los Estados nacionales y establecer criterios sobre los regímenes de finanzas y crédito.

El FMI tiene un paso tan contradictorio como corto. Ligado al esplendor y crisis de las economías nacionales, junto con el BM, fue una de las mas altas expresiones de los países desarrollados y sus instrumentos bélicos, y concluye con el desdibujamiento de las fronteras nacionales, la subordinación de las soberanías estatales a procesos integrados, la emergencia de Estados-mercado que reordenan el escenario económico mundial.

El FMI pierde vigencia ante nuevos actores económicos como las transnacionales, las economías integradas, las unidades económicas y los propios países desarrollados. El mercado mundial -es otro- tiene como condición la transnacionalidad, operaciones al margen del mercado internacional y al interior del ducto transnacional, bajo consideraciones distintas a las tradicionales y donde la OMC es simplemente la puerta de entrada al comercio-mundial diferente y substitutivo del comercio internacional.

Quien compra o vende por Internet no se reduce a la frontera nacional. Opera planetariamente, trasciende, pasa, va y viene, no paga aranceles. Actúa a semejanza de la migración animal, de una enfermedad o de la potencia militar unipolar, aunque esta es una sobrevivencia del pasado en la que se entrampa el futuro.

The Wall Street Journal recoge un informe del Congreso de EEUU que acusa al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial de haber «fracasado» en su intento de otorgar estabilidad y promover el crecimiento económico en nuestros países. «El FMI ha otorgado poca atención a mejorar las estructuras financieras en los países en desarrollo». El informe señala, en cuanto al FMI, que «su sistema de dirección de las crisis a corto plazo es demasiado costoso, sus respuestas son demasiado lentas, sus consejos a menudo incorrectos y sus esfuerzos por influir en las políticas y las prácticas (de los países), demasiado entrometidos». Entre otras recomendaciones, pide al Fondo que deje de prestar dinero a los países más pobres y que se centre en otorgar créditos de emergencia a las naciones que no tienen acceso a los mercados financieros privados. Reclama a ambas instituciones que eliminen las deudas a los países pobres y lleven a cabo las necesarias reformas económicas. Sobre el BM, le pide que conceda más donaciones que préstamos y que deje que el Banco Interamericano de Desarrollo se ocupe más de América Latina y que el Banco Asiático de Desarrollo se concentre en Asia (El Telégrafo, marzo 8, 2000).

Las operaciones de «ayuda» a los países más atrasados han generado un endeudamiento criminal. Bastaría esto para reconocer que, bajo la actual estructura, la denominada comunidad financiera internacional ha fenecido en su función y propósitos.

Los países atrasados deberían -los desarrollados lo hacen desde su perspectiva- plantear la creación de otro organismo monetario mundial en base a los criterios de la globalización y no a los patrones de equilibrio de los antiguos Estados y economías nacionales, donde encuentran élites de poder históricamente vencidas y de rodillas ante el FMI. Aquello no sirvió al desarrollo de las fuerzas productivas ni para mejorar los índices de equilibrio que el FMI reconocía válidos.

Este FMI dejó de ser necesario. Hoy es solo un instrumento político. Estados Unidos lo usa como su organismo subordinado y de menor importancia.

El BM no fue en América lo que, por ejemplo, fue el Plan Marshall en Europa. Este ayudó a reconstituir los países de Europa Occidental. Gastó después de la Segunda Guerra Mundial 17 mil millones de dólares.

La deuda pública ecuatoriana es también, en este momento, de 17 mil millones de dólares, y hemos reproducido el mas trágico atraso bajo la guía del FMI, el BM, el BID y semejantes.

De 13 millones de ecuatorianos, tres millones han sido expulsados por la desocupación. Aún así, el INEC informa que la desocupación alcanza el 20% y la subocupación e informalidad, el 60%. El PIB bajó de 20 mil millones de dólares a 12 mil millones. Esta es una tragedia de incalculables consecuencias, a la que habría que sumar el robo de los valores del ahorro por parte del aparato bancario y estatal.

Relativamente, la Segunda Guerra Mundial no causó tanto daño en la Europa lesionada, como este poder especulativo en 20 años de expoliación. Acá, se añade otra dimensión desconocida por la estadística, el tiempo histórico arrebatado a esta nación. Cuánto se ha usurpado a generaciones enteras. Cuánta potencialidad se ha destruido.

Qué hizo este poder especulativo con el dinero del FMI, BM, BID y qué papel jugaron esos organismos en esta estafa histórica. En qué materialidad se concretaron 17 mil millones de deuda (a los que -ofrecen- ahora se añadirán 2.000 más). Ese dinero no está en ninguna parte, se esfumó. A Ecuador se le entregó la misma cantidad que el Plan Marshal invirtió en Europa, pero «nuestra deuda» es invisible, solo constituye obligaciones para las actuales y futuras generaciones. Nada es más corrupto que esto.

No solo la miseria, también el proceso de globalización denuncia a la «comunidad financiera internacional» por su caducidad histórica.

Esta comunidad se derrumba y reengendra en la constatación del atraso que reproduce.


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