Perú, lo trascendente del juego electoral

Las elecciones en Perú descubren la fortaleza de esa nación latinoamericana capaz de asimilar «chinos» y reconocer profundamente a sus «cholos».

Este fenómeno, el más trascendente -no obstante ser figurativo- rebasa los muros de la tradicional medianía política, hoy arrinconada por la recuperación y reconocimiento simbólicos de la diversidad peruana.

Decir que Fujimori tiene el 49% y Toledo el 40%, más o menos, no significa mucho. En esta disputa electoral están presentes tendencias e intereses de alcance mundial.

Fujimori ha representado victorias internacionales para el Estado peruano. La solución de los conflictos territoriales con Bolivia, Ecuador y la superación emocional de un viejo rencor con Chile.

Como dijo Fujimori, de Ecuador se alcanzó la gloria con la demarcación fronteriza. Y Alejandro Toledo, el candidato mas alentado por las agencias de prensa, ha declarado su disposición a «vivir en paz», «a pesar de Tiwintza», con este país «perteneciente al Tahuantinsuyo», según expresara con admiración la esposa del candidato.

Fujimori logró cambios de espectáculo en la estructura estatal. Diversificó los nexos del Perú con el Asia, especialmente con Japón, al que ofreciera su apoyo en esta orilla de la Cuenca del Pacífico.

Para Estados Unidos, Fujimori está desgastado a pesar de que su política le fue favorable. Lo que tenía que privatizar, ya lo hizo, y las futuras contrataciones cuentan con amarras preconcebidas. Ya no es necesario frente al porvenir de los conflictos regionales. Fujimori no podría encabezar un ejército multinacional. Para eso se necesitaría un liderazgo fresco.

El fervor en los medios de comunicación a favor de Toledo hace pensar que «es el hombre». La prensa internacional no oculta sus afectos y desafectos. Por ejemplo, exhibe antipatía ante el coronel Hugo Chávez, «golpista» aún después de obtener más del 90% de la votación de la ciudadanía venezolana que se manifestó contra la vetustez del sistema político, electoral y partidario.

El pueblo peruano conoce la violencia económica y la represión de Fujimori. No obstante, esa jefatura se identifica con la nación peruana y los peruanos lo sienten. Además, en esa sociedad se advierte el respeto a su pasado, el indio es parte reconocida de esa nación; al cholo, Alejandro Toledo, lo presentan sin mofa ni caricatura.

Se acepta la inmigración extranjera sin exigencias simuladoras de interés nacional. Perú ha declarado su disposición a convertirse en nación abierta para sus inmigrantes a cualquier nivel de su conducción administrativa, al igual que Estados Unidos y algunos Estados europeos, pese a la discriminación étnica y social que aún prevalece en varios estratos.

La presencia triunfadora de esos dos candidatos permite observar la existencia de capas medias mestizas con cabeza más amplia, tolerante, sin brutales rechazos a la diversidad que constituye a esa nación. En Perú, la estrechez frente al extranjero y a sus raíces vernáculas es menor que la que existe en Ecuador.

Todavía es largo el camino que debe recorrer la población peruana para superar la discriminación social, étnica, cultural y el abismo de la pobreza. Y, sobre todo, para alcanzar la organización democrática de renovados derechos y obligaciones aún no reconocidos.